Sinopsis
Prólogo
Ángel guardián
La preparación
Los mejores momentos
Por qué Dios me envió a la tierra
Lo que soy
La extraña joven
La segunda plaga
Mi familia
Mi historia
La preparación
El Génesis
El dolor o la felicidad?
El rostro borrado (primera parte)
El rostro borrado (segunda parte)
La amenaza
Presagio
Una tarde en la vida de la Muerte
El mundo dividido en dos
El recuerdo que jamás olvidaré
La oportunidad
El fin es solo el comienzo
Epílogo
Los mejores momentos
Castiel


—¿Tú quién eres? —Pregunté con un tono preocupante, creyendo que quizás era Rubby Ebay esa bella jovencita frente a mis ojos—. ¿Tú quién eres? —Volvía a preguntar.

Aunque muy dentro de mí, no podía creer que así sea, no imaginaba que esta dama era mi misión. Sabía que Rubby nunca haría cosas indebidas como esta niña. Claro que no era lo mejor para criticar a la niña, pero aún así lo sabía. No quería creerlo, supongo que no estaba listo para algo como eso, no estaba listo para lo que vendría. Esta vez, no era capaz de aceptar una misión parecida a la primera que tuve, ya no estaba para juegos.
Recordé las palabras que mi padre me dijo sobre mí misión y eso me recordó que ella jamás podría llegar hacer Rubby; aún así preguntar nunca está de más. Muchas personas no les gusta preguntar, pero yo no era una persona y debo confesar que me gusta mucho hablar con desconocidos, me gusta aprender cosas nuevas todos los días.

No comprendo la razón por la cual a los humanos no les agrade hacer preguntas, si yo fuera un ser humano estaría preguntando todo el día. Los únicos que preguntan son los pequeños, a ellos no les incómoda y quieren saber todo. Definitivamente, los pequeños son una porción de humanidad que se salva. Sé que mis pensamientos e investigaciones hacia la humanidad no me hacen capaz de saber todo de ellos, pero tengo una gran certeza con mis palabras. Hacer preguntas no está mal, hacerlas quiere decir que te preocupas en aprender sobre algo que no sabes o que quizás no hayas comprendido la primera vez; los maestros tienen la obligación de enseñar lo mismo cuantas veces sea necesario. Me encantaría ser maestro en la tierra, pero no puedo, tengo una misión y debo llevarla a cabo.

—Mi nombre es Samantha —Respondió ella sin dudarlo. Su tono de voz era realmente arrogante, ya no tenía ni una sola pizca de miedo en su interior—. No creo que seas un ángel —río hipotéticamente negando con la cabeza más de una vez—. ¿No tienes nada mejor qué hacer? —Me miró directamente a los ojos—. Si fueras un ángel, ¿no tendrías alas?

Mi ceño se frunció inmediatamente al oírla, jamás me habían hablado de ese modo tan peculiar y arrogante una persona, no me gustó para nada verme en ese aprieto. Había algo diferente en esta joven, algo que no podía reconocer. Esas cosas están pasando hace un par de años, las personas cambian repentinamente y las cosas se vuelven extremas, pero no entiendo y no sé la razón. No puedo ayudarlas y eso no me gusta, quiero ayudar. Esta jovencita está sufriendo ese cambio y no puedo ayudarla, aunque quiera, no puedo hacerlo.

—¿Ni siquiera me dirás "gracias"? —La miré preocupado por sus modales horrorosos, yo solo quiero encontrar a Rubby Ebay y lamentablemente ella no lo era.

—Gracias —Dijo ella y luego se dio la vuelta, todavía con su ceño fruncido, y se fue lentamente para continuar con su trabajo.

Me retiré de la esquina, en la que todo había sucedido, y me dispuse a encontrar a la joven. Tenía que encontrar a mí misión, debía hacerlo. Quiero y tengo que, ya hay tiempo suficiente para perder, tengo que hallarla lo más rápido posible. Eso es otra cosa humana, el querer todo en el instante, según los nuevos paradigmas de la sociedad es así.

La sociedad, sin duda, es mágica. Todo tiene un porqué, todo está vinculado con algo y no hay nada que se desligue. En el cielo no es así, allí no hay un porqué, solo tienes que hacer lo que debes hacer y sin decir ni una sola palabras, solo aceptar tu misión y cumplirla. No importa cuantas vidas cobres, todo es por una causa, el bien común. En la tierra, todos piensan en uno, no se ponen a pensar como les afecta al otro que tienen al lado; ellos lo hacen y tratan de hacer lo necesario para que lo hecho tenga algo a cambio.

Caminé por las calles en la búsqueda de Rubby, quiero encontrarla y ayudarla en todo lo que esté a mi alcance. No comprendo la razón por la cual Dios me ha dado esta misión, pero no podía negarme. Tenía que aceptar y lo he hecho. No hay manera de volver el tiempo atrás, es decir, si la hay, pero no me gusta hacerlo; detesto volver el tiempo atrás, aquello nunca sale bien. Es más, sale peor. Me he dado cuenta que las pocas veces que lo he hecho, todo salió mal y por eso, nunca más lo utilice. No quiero que las cosas salgan mal, no quiero arriesgarme y terminar muerto, tengo que ayudar a mi misión y morir no está en los planes. Si tengo que hacerlo, lo haré por ella, no por otra cosa.

El mundo está dividido en diferentes dimensiones; la tierra es una de las millones dimensiones existentes. Pero según Dios, la tierra es la única que ha dejado algo mágico. Cuando él contaba eso a sus primeros hijos, ellos luego nos lo contaban a nosotros, nunca supimos cuál era esa dichosa magia de la tierra. Dios siempre estaba presente para nosotros y por supuesto, para los mundanos, pero él los elegía a ellos por encima de nosotros, sus ángeles. Recuerdo discusiones a causa de eso, nunca han terminado bien, pero no las puedo recordar. Solo recuerdo que eran castigados.

Las cosas que he aprendido en el cielo, aquí no rigen con total seguridad. Esas cosas me han de confundir más de lo que podría imaginar, ya que toda mi vida aprendí una cosa y ahora cambió drásticamente. No puedo culpar a mis superiores, después de todo, ellos no tienen la culpa que en la tierra las cosas a las que estamos acostumbrados, no estén vigentes. Tenemos que adecuarnos a los seres de aquí para no ser el centro de atención.

He pensado en mi mundo, en mis amigos y en todo lo que aquí no hay. Ahora estoy solo en la tierra, en la búsqueda de mi misión, esperando con ansias hallarla y poder brindarle la ayuda que necesita, pero no la encontré y eso no me agradaba.

Después de cinco meses, al parecer la encontré, pensé que era ella. Su mirada y belleza sobresalían de cualquier ser humano que estuviera cerca, ella no era como todos, poseía algo que la hacía diferente, pero no logré darme cuenta de ello; no estaba lo suficientemente cerca para poder percibir algo extravagante. Fui directo hacia ella, pero lamentablemente solo la perdí de vista. No comprendía cómo era posible que un ser humano desapareciera de un momento para otro, según yo, eso no era una característica mundana.

Algo en ella me llamaba, como si fuese una luz de faro, así que decidí ir a buscarla en una escuela, entré por las grandes puertas del edificio y me vio un hombre; él muy amable, se acercó a mí y me preguntó—: ¿Eres nuevo? —Con una enorme sonrisa sobre su rostro.

Nunca había visto a un hombre tan feliz; él no tenía idea de quien era yo, pero aún así, sonreía como si lo hiciera, como si me conociera. Sé que no es así, sé que ese hombre no me conocía, pero quizás yo a él en algún momento lo había conocido, seguro fue en otra vida o quizás él fue un ángel y ahora, estaba aquí por haber caído, por haber pecado.

El pecado, siempre fue algo castigado por mi padre, a él no le gustaba que sus ovejas se descarrilaran. Él siempre quería mantener a sus criaturas como a sus hijos en el carril correcto. No tengo nada que objetar ante sus castigos, supongo que había muchas razones para actuar del modo en el que Dios actuaba.

—Sí —Dije mi primera mentira.

El dolor de la primera mentira se hacía presente dentro de mí. Era potente, ya no sería el mismo luego de haber mentido. No quería mentir, pero tenía que hacerlo, ya que haberle dicho la verdad podría haber arruinado todo lo que había conseguido hasta ese momento. Tenía que soportar el dolor de la mentira, ese ardor que se comenzó a formar sobre una de mis costillas, era una runa de la mentira, algo que mi padre nos había puesto para saber cuando mentíamos. Al parecer, aquí ha de regir esa ley celestial.

—¿Cómo te llamas, hijo? —Con un tono amigable me preguntó, sin poder dejar de verme a los ojos.

Jamás me habían preguntado eso, no de ese modo. Los ángeles preguntamos: “¿Cuál es tú gracia?”. Debía acostumbrarme a que no estaba en el cielo, estaba en la tierra; las reglas son muy diferentes y hay que seguirlas. No quiero mentir más, solo espero que no tenga que hacerlo. Tenía millones de preguntas para hacerle a la joven cuando la viera.

—Mi nombre es Castiel... —Lo hipnoticé y le dije mirando sus ojos atentamente, sabía que esto sería olvidado por él—: Llévame al salón de Rubby Ebay.

Me miró, por un instante pensé que no había funcionado, pero luego, me llevo sin dudarlo ni dos segundos. Ahí supe que mis poderes seguían funcionando bien, nada estaba fuera de lugar en mí, excepto que era un ángel del señor.

Había un profesor dando clases, el buen hombre lo llamó y le dijo—: Raúl, él será tú nuevo alumno.

Raúl no dijo nada y solo me tomó del hombro, me llevó al salón con la frente en alto. Supongo que así era como se debía tratar a alguien nuevo, no recuerdo cómo se sintió ser nuevo en el cielo. No recuerdo el primer día en el, hay cosas como esas que he olvidado.

Se escuchaban gritos desesperados, personas que solo querían salir de ese sitio de una vez por todas, ya no podían pasar más tiempo allí dentro. Estaban volviéndose completamente locos por ser libres, los humanos tienen ese privilegio... O al menos así era antes, antes de que la oscuridad decida apoderarse de la humanidad. No recuerdo la historia de la oscuridad, no recuerdo nada de eso, solo que decidió vengarse de la luz. Había historias sobre ella, pero nunca me las han contado, supongo que eso tiene su razón, pero debo confesar que me agradaría poder oír una historia como esa.

Raúl entró a su salón y todos se callaron, yo pensé: «Es como el Dios de aquí».

—Chicos, él es Castiel, un nuevo compañero que tendrán de ahora en más —Eso salió de sus labios, pero no era verdad. Ese no era el plan—. ¿Quieres contar algo de ti?

—No, no gracias —Le dije con una sonrisa pequeña en mí rostro, no tenía porque hablar en estos momentos.

No sería correcto hablar de mí, no puedo hacerlo con franqueza y eso causa algo extraño dentro de mí. Me hubiera gustado poder contar parte de mi vida, pero la verdad es que ni yo sé gran parte de esta. Es como si hubiera un gran hoyo negro dentro de mi cerebro que me impide recordar partes de mi vida. Lamentablemente, no podía pedirle una explicación a Dios de eso, me hubiera gustado poder hacerlo, pero es demasiado y no es correcto.

Debo confesar que la razón por la cual me agradan los humanos es porque ellos si pueden pedirle explicaciones a Dios, aunque él no le responda. Los mundanos se dan el lujo de pedir explicaciones, no solo a mi padre también a otros seres celestiales. Nosotros no podemos darnos esos lujos, pero tenemos otros que ellos no poseen.

—Claro, siéntate por allá, junto a Rubby.

Rubby levantó su pequeña mano, pude observar que sus uñas se encontraban pintarrajeadas de un extraño color verde, ella alzó esa mano para que yo sepa cuál es mi lugar. Nunca me había sentado en un pupitre escolar, esta sería mi primera vez estando en la tierra.

No dije nada y me dirigí hacia ella, mejor dicho, hacia mi asiento. Me senté y sentí la mirada de la joven sobre mí, aquello me resultó demasiado extraño, pero no podía decirle que deje de verme.

Todo esto me resulta extraño, era muy extraño estar sentado junto a una joven en la escuela. Ni siquiera sabía lo que estaban estudiando, debí esperarla, debí esperar que la hora escolar terminara, pero no, no lo hice y eso hizo que ahora me tenga que quedar aquí.

Me mira sin decir ni una palabra, parecía estar muy nerviosa por algo, no me gustaría saber que yo soy la razón. Eso no me será de ayuda para mí y menos para ella, ya que me verá hasta que termine la misión. Ella me tendrá que soportar hasta que esto se termine.

No quiero que ella tenga que hacer algo que no quiere, pero no puedo hacer nada para que eso cambie. Yo tenía que completar mi misión y por lo tanto, debía hacer todo para que acabe pronto. Sabía que las cosas que tenía que hacer no eran las mejores, pero también estaba seguro que debía hacer lo que sea para que Dios se sienta orgulloso de su hijo. A mí, ya no me preocupa estar orgulloso de mis actos, esas cosas no me importan.

La miré de reojo y le dije en voz baja, para que nadie nos oyera. Esperaba que solo ella pudiera oír lo que salía de mis labios—: Hola, soy Castiel —Le tendí la mano, esperando que responda mí saludo.

—Hola, yo soy Rubby.

Ella me sigue viendo del mismo modo, ni siquiera correspondió el apretón de manos, entonces, la miré y le pregunté lo qué le sucede—: ¿Estás bien? —Le pregunté preocupado.

No era de preocuparme, pero lo estaba, esa joven me había preocupado. No sabía lo que le estaba ocurriendo y quería ayudarla, pero al no saber, no podía hacer nada por ella.

—S-sí —Respondió. Aunque me resultó imposible de creer lo que salió de sus labios.

Sonó una campana y ella rápidamente se levantó de su asiento, se va del aula como si no hubiera un mañana. Era rápida con sus pies, demasiado rápida. Se estaba escondiendo de algo o quizás de alguien, solo espero que no sea de mí.

Me puse de pie y comencé a caminar rumbo al patio, observé que todos estaban haciendo sus cosas y yo simplemente estaba solo. No hacía nada y no por pudor, yo no sentía esas cosas, yo no sentía nada.

La vi en eso que llaman recreo, Rubby se encontraba en una esquina platicando felizmente. Estaba vestida con un hermoso vestido floreado, era largo y sus ojos combinaban con el moño que llevaba en su cabello, que era del mismo color, marrón. Debo confesar que ese color tenía algo especial, no sabía lo que era, pero me agradaba.

—Hola, Rubby —Dije acercándome lentamente a ella.

—hola, Castiel. ¿Podrías dejar de perseguirme? —Me preguntó mirando mis ojos, parecía estar completamente segura de lo que salía de sus labios.

—¿Perseguirte? —Pregunté sin comprender, jamás había hecho eso en mí estancia en la tierra.

—Sí, basta de segu... —Sonó de nuevo el timbre y detuvo su oración.

Se alejó rápidamente de mí y entró al aula sin comprender lo sucedido. Yo tampoco comprendía lo sucedido, lamentablemente, el tiempo no ayudaba, ya que si lo hubiéramos poseído seguro sabría la respuesta de lo que estaba sucediendo.

No quería que ella tuviera miedo de mí, no quería que tuviera miedo de algo. Sabía que estaba intrigada con todo lo que estaba ocurriendo, pero no podía decirle nada, no podía darle una explicación, por lo menos, no por ahora.

Ella me siguió viendo y entonces, decidió preguntar—: Castiel, ¿qué es eso? —Alzó ambas cejas en la búsqueda de una respuesta concreta que saliera de mis labios.

—¿Qué cosa? —La miré directamente a los ojos cortésmente, mientras mi ceño se fruncía.

—Eso que tienes en los hombros y llega hasta el suelo.

—¿Qué? —Pregunté asustado, «¿Cómo es que puede ver mis alas?», pensé.

—¡Eso! —Exclamó gritando con su voz realmente aguda.

—No tengo nada —Contraataqué sin dar lujo de detalles.

Sonó el timbre de salida, me levanté, todos se levantan. Pensé en la situación y no lo saqué de mí mente. Me resultaba imposible de creer, no podía hacerlo de ninguna manera. Iré a pedir ayuda a Dios o me volveré loco, volverse loco definitivamente no era algo que estaba en los planes. Observé que todos se fueran del lugar, nadie me vio, gracias a mi runa de invisibilidad. Muchas veces, las runas ayudan, pero en otras, solo lo empeoraban.

Caminé rumbo a un lugar alejado, un lujar en la escuela que no sea demasiado importante, me dirigí hacia el patio del lugar. En ese lugar, había pasado el tiempo cuando estuvo el receso escolar. Me senté en el césped y me concentré todo lo posible para poder tener una conversación con mi padre.

—¿Por qué ella pudo ver mis alas? —Pregunté mirando el cielo.

Luego de unos momentos, vi a Dios y me respondió—: No lo sé, jamás sucedió. Es algo nuevo, no lo recuerdo —Se queda pensativo, escondiendo algo que no debo saber, yo creo.

Chasqueó sus dedos y se desvaneció dejando agua bendita a mi lado, supongo lo que tenía que hacer con ella. Estas cosas no solían pasar en el cielo, no había razones para hacerlo, pero aquí es diferente y se debía hacer para limpiarse.

Yo la agarré y me fui a bañar y me la tiré enzima, por alguna razón me había dejado las instrucciones de cómo hacer dicha acción, eso me resultó muy extraño. Las horas pasaban con rapidez, yo no tenía tiempo en el cielo, pero aquí hay demasiado y pasa muy rápido.

Estaba allí mirando como el cielo se oscurecía y luego, se volvía azul oscuro, sabía que eso significaba que ya era de noche. Muy pocas veces, había visualizado un hermoso amanecer como ese. Creía que podía acostumbrarme a verlo todos los días que me quedaban, eso pensaba, pero solo era un pensamiento.

En el cielo no había amaneceres ni siclos solares, no había nada de eso, ahora debía acostumbrarme a esas maravillosas cosas. Fue ahí cuando me di cuenta que la tierra, sin duda, era mágica.

Al día siguiente había que ir nuevamente a la escuela. Sabía que ella iría, así que tenía que estar allí por si algo pasaba. No quería que algo raro le ocurra, no sabía la razón de mi accionar, pero sabía que tenía que estar cerca de ella.

Caminé rumbo a la escuela, observé que había muchas personas, me adentré al aula en la cual me tocó ayer y ahí estaba ella. No dije nada y me acerqué, tomé asiento a su lado y me quedé inmóvil. Esperé que ella fuera la que dijese algo esta vez. No quería ser yo siempre el que hablara, así que quería que ella iniciara la conversación.

—Hola, Castiel —Con una hermosa tonada en su voz me recibió Rubby.

—hola, Rubby —Le extendí mí mano.

Sonrió ampliamente, sus dientes tenían un fuerte brillo intenso, y extendió su mano con delicadeza, rápidamente la sacó y se veía quemada.

Una mano quemada por tocar a un ángel, no era una buena señal. No me agradó aquello, no sabía lo que estaba ocurriendo, pero haría lo necesario para que ella me lo diga. No quiero sacarle la verdad con métodos angelicales. Esas cosas nunca salían bien, no quiero herirla, esperaré hasta que ella me diga lo que le estaba sucediendo.

—¿Estás bien? —Pregunté completamente preocupado por lo que mis ojos estaban viendo.

—No —Se levantó con rapidez y fue directamente al baño.

Me quedé pensando en lo sucedido.

© Byther Sarrafoglu,
книга «El ángel pecador».
Por qué Dios me envió a la tierra
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