Sinopsis
Prólogo
Ángel guardián
La preparación
Los mejores momentos
Por qué Dios me envió a la tierra
Lo que soy
La extraña joven
La segunda plaga
Mi familia
Mi historia
La preparación
El Génesis
El dolor o la felicidad?
El rostro borrado (primera parte)
El rostro borrado (segunda parte)
La amenaza
Presagio
Una tarde en la vida de la Muerte
El mundo dividido en dos
El recuerdo que jamás olvidaré
La oportunidad
El fin es solo el comienzo
Epílogo
La extraña joven
Castiel


Hoy estaba pasando por un parque, cerca del hospital Santojanny, era un hermoso lugar para pasar el rato y no hacer nada. Vi a una joven que me pareció muy familiar; me acerqué a escuchar su voz, quizás la recordaría, su voz me sonaba muy familiar, pero tenía un bloqueo mental o algo como eso. Realmente, quería saber quién era, pero no podía recordarla. Esas cosas no se me daban muy fácilmente, me gustaría poder recordar todo.

La mujer se veía realmente joven, parecía de unos treinta años o quizás menos. Su cabello rojizo, excepcional, era realmente hermoso, brillaba a la luz del sol, no podía lograr ver su color de ojos, pero podía imaginar que eran claros. Su piel blanca, era demasiado pálida y las venas se le notaban. No podía ver mucho más, pero quería dejar de verla para prestar atención a otra cosa, lamentablemente, solo podía verla a ella. No hacía nada más que verla, no quería hacerlo más, pero era imposible. Desearía no haberla visto, pero ya era demasiado tarde.

La muchacha se acercó decidida hacia mí y me preguntó—: ¿Castiel? —Al parecer, ella si me recordaba de algún lado—. Dile a tú padre que ya estoy de vuelta —Se dio media vuelta, chasqueó sus dedos y desapareció.

Me quedé sin palabras, no recordaba quién era o qué era. No sabía la razón de su acercamiento, solo sabía que ella me conocía de algún lado y cuando me dijo sobre Dios, fue ahí que supe que la conocía del cielo. Esa mujer no podía ser mundana, era un ser poderoso, podía sentirlo en el aire. Muchas veces, me gustaría no sentir esas cosas, pero no podía hacer nada para que aquello cambiara, tenía que aceptar que era así.

Al día siguiente, me levanté sin ganas de hacer nada, solo decidí que quería ejercitar, hace mucho tiempo no hacía ese tipo de cosas mundanas, no era malo hacerlas, por ese motivo, fui a correr. Era domingo, había un sol brillante, era tan hermoso el día y de la nada aparecí en el cielo; no entendí qué sucedía, me dispuse a encontrar a Abel para preguntar qué sucedía. Comencé a caminar en la búsqueda de aquel ángel del señor, lo necesitaba para sacar información. Sabía que Abel era demasiado sabio y que se daría cuenta que le iba a sacar información sobre todo lo que estaba sucediendo.

Seguí caminando hasta que me harté de mantener la calma, necesitaba encontrarlo y si no lo hacía no podría averiguar nada de lo sucedido. Quiero saber todo, pero sé que será imposible de inquirir.

—Abel, ¿¡Dónde estás!? —Comencé a gritar en su búsqueda, que obviamente necesitaba hacer, ya que verdaderamente necesitaba respuestas. Quizás él las poseía, sabía que las tenía.

—Aquí, calla... —Me señaló a la joven que vi en el parque, ella estaba discutiendo con Dios.

El sonido de su voz me dejaba pequeñas imágenes dentro de mí mente, pero no podía verlas con claridad. Todo lo que lograba ver era una gran nube y al final una flor violeta, claramente, era un jacaranda. No comprendía lo que estaba visualizando dentro de mi mente, pero decidí no prestar mucha atención en aquellas imágenes y concentrarme en la mujer que discutía acaloradamente con mi padre.

—¿Quién es? —Le pregunté a Abel, realmente, necesitaba saber quién era esa mujer de cabello brillante cobrizo.

—No lo creerás, pero es Tamara.

—¿Tamara?, ¿esa Tamara? —Pregunté refiriéndome a la hermana de Dios.

Me quedé sin decir ni una palabra, no salía nada de mi interior, tenía miedo, solo lograba hacer preguntas que Abel no podía responder, sentía terror y ni siquiera pude acercarme a Dios para ayudarlo en lo que podía; el terror se apoderó de todo mí cuerpo. Pero escuchaba todo, era tan espantoso, tan horripilante, recuerdo sus palabras con claridad, como si nunca pudriera oír otra cosa más que su voz dentro de mí cabeza.

Mi cabeza comenzaba a crear teorías, así como lo hacían los mundanos. No podía creer todo lo que estaba escuchando, nunca me había planteado que Tamara volvería de este modo. No podía recordar que la conocí de antes, pero sin duda, ella a mí me conocía.

Quiero una respuesta concreta de Abel, no creo que pedía demasiado, solo quería la verdad, no importaba que tan dolorosa sea, la necesito. Mi hermano n me respondía, no decía nada, solo me miraba esperando algo extraño, algo que yo no podía ver. Sin más preámbulos, solo desapareció dejándome solo.

—Hermanito, mi querido hermano —Con una sonrisa falsa de oreja a oreja le dijo mirando los ojos de Dios—. Tus creyentes, ángeles y todos, todo el mundo... todo lo que amas, cada una de esas cosas—Susurró con seguridad—. Pasarán por mí, por mí furia —alzó la mano y desapareció del cielo en un abrir y cerrar de ojos.

Sin duda, Tamara era una mujer demasiado fuerte y poderosa, no cualquiera le hablaría a Dios de ese modo. Ella no poseía ni una sola onda de miedo, solo emanaba poder de ella; tanto poder que yo no podía comprender de dónde lo habría sacado. Sabía que Tamara era la hermana de Dios, pero no esperaba que tuviera ese poder.

Estaba allí quieto observando todo, recordé que Dios se quedó muy asustado por la amenaza, pero él ya la mandó al infierno una vez... ¿Por qué no hacerlo nuevamente? Sabía que mi padre era capaz de volver hacer lo que había hecho una vez, sabía que tenía que poner toda mi fe en él.

Al ver que Tamara se fue, me acerqué lo más rápido posible a él, tenía miedo de que le hubiera llegado hacer algo, pero para nuestra suerte no fue así. Dios se encontraba en perfectas condiciones. Al menos eso era lo que yo veía en ese momento, no sabía lo que él podría estar pensando, solo esperaba que realmente estuviera bien. No era demasiado lo que estaba pidiendo.

No quería que mi padre se diera cuenta de lo que sentía en ese momento, pero sabía que él tampoco quería que yo notase lo que podía sentir él en ese instante. Lo sé, no había problema en eso, pero ambos lo sentíamos.

—Padre —Miré a Dios, esperando que me explique lo sucedido—. ¿Por qué no la envió? Estuvo frente a frente. Era una perfecta oportunidad para matarla, acabar con ella de una vez por todas de un simple golpe... El golpe de la mano de Dios, esos golpes son los más importantes de todos los tiempos, usted es el único que puede destruir a esa mujer y lo sabe, ¿por qué no lo hizo? —Fruncí el ceño, mirándolo sin comprender por qué no hizo nada de todo lo que podría haber hecho—. Debió acabar con ella, en el primer momento.

—Ya lo hice una vez, puede que me odie, pero es mi familia. Puede que se arrepienta de sus errores, puede que quiera empezar de nuevo. Pero tarde o temprano, se dará cuenta de que lo que yo hice fue por un bien, un bien común —Me miró tan confiado con su palabra.

¿Quién era yo para hacerle cambiar de opinión?, nadie.

Me puse a pensar en su palabra, no esperaba oír aquello, pero supongo que él tenía una buena razón para lo dicho. Lo miré y luego bajé la mirada, un poco avergonzado por lo que iba a preguntar. Me armé de valor y asentí.

—¿Qué harás si se da cuenta tarde?, O… si jamás se da cuenta —Lo miré muy preocupado.

No dijo nada y se fue lentamente, no comprendía qué haría.

Lo único que sabíamos era que Tamara ya estaba aquí, ya estaba cumpliendo su palabra. Muy pronto llevaría a cabo su venganza. No quería que eso sucediera, no podía permitir que ella arruine todo lo que conocía.

Luego de unos minutos, Abel regresó. Comenzó a hacer su trabajo, como era de costumbre, ese ángel amaba las costumbres y si las rompía pensaba que algo malo le pasaría. Yo no podía creer en algo como eso, jamás me ate a una costumbre.

Me acerqué a Abel lentamente cuando Dios se fue y le pregunté—: ¿Dónde habrá estado Tamara todo este tiempo? —Con un tono de intriga en mí voz, tenía muchas preguntas sobre ella.

Poseía tantas preguntas que esperaba no sonar obsesionado por la joven, no estaba obsesionado ni nada de ese estilo. Yo simplemente quería saber más, para que de ese modo, pueda estar mucho más preparado para lo que podría venir. También sabía que mi hermano, no me iba a responder tan fácilmente, eso lo tenía claro.

Me sorprendí cuando escuché salir de los labios de Abel un bufido sonoro, no decía nada, pero me di cuenta que abrió la boca y supe que me iba a responder.

—¿No lo sabes? —Me vio con una cara de no comprender mí pregunta. Al parecer, todos sabían la respuesta menos yo.

—No —Le respondí sin dudar ni un solo segundo, porque realmente necesitaba obtener la información—. Solo sé lo que cuentan, que ha estado en el infierno tod... —No me dejo seguir con mi oración ni un solo segundo más.

Su cara cambió de un modo radical, nunca lo había visto de ese modo tan extraño. No esperaba que me detuviera, él nunca había hecho algo como eso. Me resultó demasiado extraño, no me gustó para nada.

—¿Tamara?, ¿en el infierno?... —Me miró a los ojos atentamente, mientras parecía que se burlaba de mí—. Tamara estuvo todo este tiempo en la tierra, ella tiene los mismos poderes que Dios... pero ella odiaba y odia a los humanos, así que Dios la castigo dejándola allí.

Me quedé súper extrañado, no sabía esa parte de la historia…

Abel se fue dejándome solo, pensando en lo sucedido.

Tomé asiento y reposé recapacitando, no podía dejar de pensar. Salí del cielo y fui a despejar mi mente, corrí por un pequeño parque... me sentía libre y sin problemas ni preocupaciones, aquí en la tierra todo era diferente. Hasta que vi a una joven corriendo y una nube o neblina que cubría todas las calles, vi como esa neblina tapaba a la joven y la acababa lentamente, veía el sufrimiento... la joven no lo soportaba y se daba la cabeza contra un árbol, notaba como se desfiguraba ella misma, y yo no podía hacer nada por esta. Si salía para ayudar también moriría. La venganza de Tamara estaba comenzando, sentía que esa era su obra... una de sus primeras impresiones en la tierra, una de sus pequeñas huellas. Las huellas de esta mujer ya estaban dichas, todos sabían que ella haría algo como eso, sabían que muy pronto todo se volvería un desastre.

La guerra ya estaba comenzando y no había vuelta atrás, ella había dado el primer paso. El primer ataque sabía que sería el menos castigador, lo menos que ella podía hacer. No sabía cómo es que sabía eso, solo estaba seguro de ello.

No quería que la guerra comenzara llevándose una persona. La vida de los mundanos era sin duda, una cosa muy importante, pero sabía que matar mundanos era lo que ella deseaba. Tamara quería cobrar venganza contra todos los seres de Dios y empezaría por ellos. Estaba completamente seguro de ello.

Me concentré en la pobre mujer que seguía demacrándose, estaba haciendo lo que podía para lograr soportar el dolor, pero muy pronto sería imposible ayudarla.

Me harté, ya no lo soportaba y salí a ayudarla... olfateé el olor de esa neblina, era azufre con vinagre o al menos eso parecía, mis ojos cambiaron a un azul intenso, mis manos se queman y mis alas se volvían negras lentamente. El cambio se estaba dando más rápido de lo que me había imaginado.

Mis alas ya estaban negras, pero esperaba que mi gracia siguiera intacta, no podría seguir adelante si mi gracia se volvía oscura y llena de oscuridad como todo mi ser. La oscuridad se metía por todos los poros de los seres que absorbían la neblina que ella había creado.

Entré con la joven en brazos, pero ya era tarde, ella había muerto, veía su cerebro, materia cerebral y toda la sangre me cubría de esta me cubría, era tan asqueroso. No podía hacer nada, quería ayudarla, pero ahora ya no podía hacer nada, la neblina también había entrado en mi sistema.

Caí al suelo desmayado.

© Byther Sarrafoglu,
книга «El ángel pecador».
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