Sinopsis
Prólogo
Ángel guardián
La preparación
Los mejores momentos
Por qué Dios me envió a la tierra
Lo que soy
La extraña joven
La segunda plaga
Mi familia
Mi historia
La preparación
El Génesis
El dolor o la felicidad?
El rostro borrado (primera parte)
El rostro borrado (segunda parte)
La amenaza
Presagio
Una tarde en la vida de la Muerte
El mundo dividido en dos
El recuerdo que jamás olvidaré
La oportunidad
El fin es solo el comienzo
Epílogo
El recuerdo que jamás olvidaré
Castiel


Siempre comencé escribiendo con una acción, pero en ese instante es diferente. El fin estaba llegando, ya teníamos las respuestas a algunas interrogantes. Eso facilitaba saber el fin. Pero ¿hay fin?, creo que ya sabemos que todo tiene un fin en la vida, hasta esta misma, ¿la muerte tiene fin?, claro es la vida. Lo mismo sucedía entre Dios y Tamara, uno es el fin del otro y si estos se terminan, todo termina con ellos.
Deseaba acabar con otra interrogante:
¿Cuál es el rostro borrado?

Empezaré donde todo comenzó, nos remontaremos muy atrás, en el principio de esta historia. Quizás ese sea el fin donde todo empezó, acabará. El jardín de la creación y ahora pecado, en la tierra es un parque cerca de un hospital; yo lo tenía detrás de una puerta.
















Llovía demasiado, todo estaba inundado; caminé hasta una banca bajo un hermoso árbol, tomé asiento junto a una joven llorando, la miré; me miró; nos miramos mutuamente.

—¿Todo está bien? —Apoyé mi mano en su hombro.

Secó sus lágrimas y respondió—: Sí, solo... —Negó con la cabeza tan solo una vez—. Yo veo este lugar y ya no veo a mi hermano.

—Todos hemos perdido algo. —Sonreí—. Lo siento.

—No, no lo perdí —sonrió—.  Bueno, no murió. Solo se hartó de mí.

—No es posible, eres su hermana.

Mi respuesta había sonado de un modo diferente del que me imaginé dentro de mi cabeza, pero ya era demasiado tarde para cambiar lo dicho.

—¿Y qué por eso no se puede hartar?

La pregunta me dejó en un aprieto, pero decidí lo que debía responder y lo hice.

—No podría, es difícil, aunque es muy complicado para aclarar, obviamente, no sé la situación. —Negué con la cabeza tan solo una vez.    

—Bueno, tú argumento es... súper, me ayuda mucho. —Hizo una mueca.

—¿Usas sarcasmo conmigo?—Alcé una ceja.

—¿Acaso no puedo?—Sonrió—. ¿Quién eres tú?

—Soy Castiel, un ángel del señor —hablé de un modo obvio.

Soltó una carcajada—: Sí, bueno... no deberías presumirlo así.

—¿Por qué?, es un honor. —Sonreí.

—Sí, entonces, debo culparte a ti y para mí no lo es, solo eres un perrito de mi hermano.

—¿A mí? Yo.... ¿qué hice?—Negué con la cabeza y me agaché—. Tamara, es un gusto conocerte. —Sonreí amplio.

Sonrió—: Okay... no te culparé a ti.

—Bueno, supongo que debo agradecer.

—Sí, eso deberías. —sonrió.

Mmm... Gracias.

—De nada... ahora sí ¿Dónde está mi hermano?—Alzó una ceja.

—Yo, no sé, no soy tan importante para él.

Eso era lo que yo pensaba en ese momento, creía que no era importante para Dios, pero…

—Sé que me mientes. Te lo estoy pidiendo amablemente lo que te podría arrancar si lo quisiera. —Sonrió—. No me obligué a pedirlo a mi modo.

Me levanté con rapidez—: No lo sé, no me harás nada.

—¿No?—Alzó una ceja, tomó mis mejillas apoyando sus labios en los míos y absorbió un poco de mi alma—. Gracias, ya sé donde está. —Se levantó y desapareció en una nube negra.

—¿Qué?—Me alteré.

Chasqueé mis dedos para seguirla y así fue, la vi arrodillada suplicando hacia su hermano. No parecía la mujer que encontré en el parque, era otra, muy diferente, pero no podía hacer nada, solo ver y tratar de ayudar cuando pudiera hacerlo.

—Por favor, no hagas eso... esas cosas no son tu familia. —Sollozó—. Yo lo soy.

Tamara, ponte de pie. —Sonrió—. Ya es tarde, las personas son mis hijos y los querrán.

—No, me niego rotundamente. —Negó con la cabeza.

Cállate y vete. —Frunció el ceño—. Llévatela.

—¿A quién le hablas?—Caían lágrimas de sus ojos.

—A Castiel, pasa, sé que estás ahí.

Me armé de valor y entré.

—Yo... disculpen. —Bajé mi cabeza.

—Está muy mal lo que hiciste y lo que tú hiciste —Miró a Tamara—. Váyanse ahora, los dos. —Chasqueó sus dedos y desaparecemos de ese lugar.

Me asombré por la conducta de mi padre.

—Lo siento, yo... te seguí.

—Lo sé... —Sonrió de lado—. ¿Te das cuenta? Mi hermano quiere más a esas cosas que a su verdadera familia. —Bajó su cabeza tomando asiento en una banca.

—No digas tal cosa. —Me senté a su lado.

—¿Por qué?—Sollozó—. ¿Acaso no puedo?

—Si puedes. —Sonreí—. ¿Pero qué harás?

La verdad era que no comprendía del todo lo que estaba ocurriendo en ese momento.

—Nada. —Negó—. No querré a esas cosas, pero no haré nada.

Sonreí ampliamente al saber que ella no haría nada—: Muy bien.

Negó—: Nos vemos, Cass. —Chasqueó sus dedos y desapareció.

Comencé a caminar pensando en lo sucedido.

Luego de unos años viendo a Dios y a Tamara, creía que arreglaron sus problemas. Pensaba que sería bueno aclarar nuestra relación a Dios, Tamara siempre sabía lo que pensaba y me negaba hablar con su hermano acerca de eso.

Un día estábamos en el jardín de la creación y Dios, por alguna extraña razón, pasaba por allí y nos vio, nunca olvidaré ese momento, o al menos eso creía.

—¿Qué?—Alzó una ceja—. ¿Cómo pudieron?

—No diré que no es lo que parece, porque es exactamente lo que parece. —Asintió.

Los miré un poco incómodo con la situación—: Yo... —Tragué saliva—. Así es.

—Desobedientes. —Se acercó y posó una mano en mi cabeza extrayendo mis recuerdos más profundos.

—¡No!

Solo logré gritar eso, un simple “No”.

 —No, hermano. —Negó y salió corriendo lo más rápido que podía—. ¡No!

Esperaba que Tammy fuera rápida, pero no lo fue.

Dios apareció al frente de ella y dijo—: Lo siento. —Negó y apoyó sus manos en la frente de su hermana absorbiendo el recuerdo.

En ese instante, Dios desapareció.

Me acerqué a Tamara—: No me olvides. —Sonreí—. Sé que todos lo harán. Tú no, tú no lo harás. —Tomé su mano.

—Lo sé... —Sonrió—. Te amo —Se desvaneció lentamente.

Caí al suelo y esperé que todo lo malo pasara.
   
Caminé sabiendo que había olvidado algo o a alguien, seguí caminando y vi a Dios con dos hojas de árbol en sus manos, lo miré directamente y sentí tristeza en su interior.

—Lo siento… —Me miró directamente a los ojos.

—¿Lo siente?—Alcé una ceja sin comprender.

—Así es, alguna vez lo sabrás. —Chasqueó sus dedos y desapareció.

Lo observé desaparecer y pensé en lo sucedido.

«¿Algún día?», pensé sin entender.

Seguí mi camino con la frente en alto.
















Estaba sentado en un sofá, levanté la mirada y vi a Dios con la hoja en sus manos.

—¿Qué has hecho?—Alcé una ceja.

—Te di tu recuerdo, lo lamento. —Me miró y me dio la hoja—. Toma.

—Gracias... —Tomé la hoja—. ¿Por qué?—Fruncí el ceño.

—Porque era joven, no sabía que era lo que hacía. —Hizo una mueca—. Ya no lo soy y asumo mi error.

Asentí tan solo una vez—: ¿Tal pecado para borrar este?—Alcé una ceja esperando la respuesta.

—Sí, lo era —habló franco—. Borré el recuerdo, pero no pude borrar a tu hija.

Mi ceño se frunció más de lo que ya estaba.

—¿Mí qué?—Lo miré y fruncí el ceño—. No puede ser cierto.

—Lo es. —Asintió con la cabeza—. Ya la conoces, no puede quitarla. Es muy fuerte, más fuerte de lo que había imaginado. —Hizo una mueca con sus labios.

—¿Rubby?—Alcé una ceja.
   
—Así es, Castiel. —Asintió tan solo una vez—. Tamara me matará, yo moriré.

Su respuesta no era lo que deseaba escuchar, pero no podía cambiarlo.  

—Lo vi, vi su hoja. —Bajé mi vista al suelo—. Vi su muerte. Yo vi... una lucha, te dabas por vencido, pedías perdón. —Asentí con mi cabeza—. Ella no te perdonaba y Rubby te mataba. —Rasqué mi nuca con una de mis manos—. Luego alguien aparecía y asesinaba a Tamara con un “Chin”.

Creía que si le decía todo, podría ayudarlo.

—No, ¡no puede suceder tal cosa!

Asentí—: Eso pasará, lo vi en su hoja.

—Lo sé... también lo vi, pero no quería saber el final del presagio. —Sonrió.

Comprendí que él no deseaba tener idea de aquello.

—Lo entiendo, lo siento yo... —No me dejó terminar la oración.

—Vete de aquí y no vuelvas a decir el final. ¡Ahora!—Gritó con todas sus fuerzas.

—Bien… —Salí de la habitación, caminé y me detuve a observar por la puerta.

—Ahora sí, a olvidar. —Apoyó ambas manos en su frente, una luz invadió sus manos y de esta cayó una hoja violeta a sus pies, la levantó—. Otro recuerdo que olvidar. —Sonrió y colgó la hoja en el árbol de Jacaranda.

Me di cuenta de todo lo ocurrido; me detuve; tomé asiento; agarré mi cabeza y pensé: «Ahora entiendo porque Dios borró mi mente; el dolor era muy fuerte y no había vuelta atrás, ¿habré hecho bien?, ¿por qué se cansó de ocultar nuestro rostro borrado?, ¿Tamara sabrá?, ¿Rubby sabrá?».

Me cansé de pensar, me levanté y comencé a caminar sobre la tierra con lentitud.

© Byther Sarrafoglu,
книга «El ángel pecador».
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