Sinopsis
Prólogo
Ángel guardián
La preparación
Los mejores momentos
Por qué Dios me envió a la tierra
Lo que soy
La extraña joven
La segunda plaga
Mi familia
Mi historia
La preparación
El Génesis
El dolor o la felicidad?
El rostro borrado (primera parte)
El rostro borrado (segunda parte)
La amenaza
Presagio
Una tarde en la vida de la Muerte
El mundo dividido en dos
El recuerdo que jamás olvidaré
La oportunidad
El fin es solo el comienzo
Epílogo
La preparación
Castiel


Abel luego de decir que encuentre mí envase se hizo luz, una luz muy potente de un poderoso color blanco con destellos azules claro, casi no se notaban, pero se podían sentir impregnando en mí gracia. Su luz era muy potente, pero no tanto como la gracia de Dios, Dios... Mi padre era el mejor ser celestial que cualquier ángel o cualquier criatura pudieran ver. Era el único Dios, él había creado a otros dioses a su semejanza, para alegrar a los seres humanos y que sigan su vida por medio de una fe. La persona podía elegir a quien entregarle su fe, pero de igual manera se la estaban entregando a él. Muchas personas pensaban que eso no era cierto, no se puede negar el pensamiento de alguien, solo mi padre lo hizo un par de veces y aquello, nunca salió como debía o como él lo quería.

Abel chasqueó sus grandes y delgados dedos y ya no estaba presente, ya se había ido al cielo o adonde fuera que se debía ir, nunca se sabe con certeza en donde se podría escabullirse ese ángel. Nosotros siempre encontrábamos el modo de escondernos de los seres humanos, pero siempre estábamos cerca de ellos, nunca los dejamos solos. Sé que muchos piensan que los dejamos solos en los peores casos, pero no es así, siempre estamos allí de un modo u otro. Ellos son los que no prestan atención, pero si lo hicieran se darían cuenta que estamos allí, quizás como mosquitas, una fregancia en el aire o un con aspecto humano. Jamás los dejaremos, son y serán la creación más fundamental de Dios.

Decidí emprender el viaje hacia mí nuevo envase, hacia esa persona que me dejaría utilizar su propia carne por el bien común.

Recordé las palabras de Abel antes de irse—: No eres digno de entrar en un cuerpo sin ser autorizado por el hombre —Me informó cosas que ya sabía, como siempre, pero luego agregó—: Debes usar tú ingenió para que él acepte.

Conmemoré con claridad que observé Abel, levantando una de mis cejas—Muy bien, ¿cuánto tiempo tengo? —Eso si era algo que realmente no tenía idea.

—Tú lo sabrás créeme.

Esas palabras no me ayudaron en lo absoluto, se supone que debería ser ahí cuando abra su boca y comience a hablar sobre lo que realmente importa.

Perpetué sus palabras, esas palabras que no me habían ayudado para nada, debo hallar ese cuerpo. Esa alma que me haría todo mucho más fácil y capaz de mejorar todas las situaciones horribles que había vivido aquí, en la tierra. Era un buen momento para cambiar, era un momento para dejar el pasado y comenzar a ver hacia adelante, necesito hacerlo por mí.

Lentamente me di vuelta y vi un joven llorando, lloraba tanto que cualquier ángel podría oírlo, no entiendo cómo no vienen a ayudar a este hombre, él se encontraba rezando a Dios por su familia, para que todo mejore en su vida y la de sus hermosos seres queridos que tanto están sufriendo. Muchos seres humanos sufren, sufren por todo y muchas cosas no tienen sentido.

Como ningún ángel tomo parte de la situación, decidí que lo mejor sería ayudar, entonces, me acerqué y le dije—: Joven, Dios atenderá sus plegarías, por eso estoy aquí. Estoy aquí para compensar todo el mal que le sucedió.

«Dejadme entrar en tú cuerpo, para ayudarte, luego de salvar a tú familia y cumplir mí misión dejaré tú cuerpo como estaba, nada habrá diferente. Nada cambiará.

El joven me miraba asustado, sin decir ni una palabra, sus ojos azul me observaban, claramente, tenía sangre angelical porque podía ver mí verdadero yo y podía oírme con claridad, con mi voz real. Él no dejaba de verme completamente asustado, sabía y sentía que así era como se encontraba. Era joven, parecía de unos treinta y cuatro años de edad; su cabello negro hacía un gran contraste con esos ojos azul, parecía un joven contador, por su extraño atuendo. Llevaba puesto unos pantalones color negro, una camisa blanca y arriba tenía puesta una gabardina de un color claro, parecía un marrón claro.

El joven no dijo nada, aunque luego de unos pocos minutos, solo se escucha salir de su boca—: Acepto, si tú puedes ayudarme. Lo acepto con mucho gusto.

Yo había prometido que lo ayudaría y cumpliría mí palabra con mucho gusto, lo haría. Sé que así será. Nunca fallé con lo que prometí, no podía dar mi palabra y fallar.
Luego de eso, me hice luz y entré en su cuerpo, lamentablemente, al poseer un cuerpo recuerdas toda su vida, todos sus errores como aciertos. Debía acostumbrarme a ser este hombre de ahora en más.
Caminé para encontrar mí misión, la orden que Dios me encomendó. Debía encontrarla.

—Hijo mío, debes hallar a Rubby Ebay, ella será tú misión.

Escuché las palabras de Dios y me dispuse a encontrar a esa joven. Supuse que no tenía mucho tiempo, tenía que encontrarla antes de que algo terrible ocurriera, debo confesar que no tener mucho tiempo me causaba una sensación extraña por todo mi cuerpo.
Caminé por todas las calles de la ciudad Villarreal; las calles tenían una hermosa luz potente que alegraba todo a su paso, había cosas que no nunca había visto, realmente, me agradaba ver cosas nuevas y ahora lo estaba haciendo. Me quedé desconcertado al ver a una niña gritando—: Papi, papi...

Era una hermosa niña, su cabello era rubio y largo con pequeñas ondas en su hermoso cabello, era muy largo. Sus pequeños ojitos eran de un color más claro que el de mí envase, eran celestes. Era una niña de estatura baja, era muy flaca, tenía un pijama de oso panda gigante que la hacía verse completamente adorable a la vista de cualquier ser humano. Muchas personas paraban, solo para verla y sonreír.

Le toqué su cabeza, para parecer algo agradable con la niña y le dije—: Querida, no soy tú padre —Sé que eso a la niña la afectara demasiado en algún momento de su vida.

Lentamente me fui, sin dudarlo.

Me encontré una capilla del señor, estaba algo deteriorada, pero no importaba, tenía por siempre y para siempre el mismo efecto, es tierra sagrada y por lo tanto, siempre quedará de ese modo, me adentré y fui a orar, oré por el hombre en el cual estaba. Ya estaba cumpliendo con mi palabra y aquello me hacía poseer una pequeña sonrisa sobre mis labios.

—Oh mi padre, ayuda a este simple creyente, dale las fuerzas para seguir adelante con la vida. Ayúdalo a encontrar su camino, yo sé que tiene mucho para dar a este mundo...

—Claro que sí —Oí con claridad la voz de mí padre.

Dios envía unas herramientas para ayudar al señor.
Salí de la capilla y encontré a unos jóvenes, tratando de robar algo a una joven, les dije lo primero que mí mente pensó en ese momento tan desesperado—: Disculpen, suelten a esa joven.

—Mirá idiota, mejor te vas si no quieres ser herido. Porque podemos matarte aquí mismo y eso sería algo mucho más divertido que robar a esta zorra —Dijo el joven.

—Tú serás él que se irá.

Chasqueé mis dedos con rapidez, antes de que esas personas hicieran una tontería, no quería herirlos de un modo grave, y por ello, mandé a los jóvenes a otro sitio donde se encargarían de ellos y de sus acciones deplorables. Mejor dicho, a un país muy lejano; ellos sabrán cómo tratar a ese tipo de personas, tan maleducadas. No es bonito que traten a una dama de ese modo tan horrible, nadie tendría que hacer eso, pero yo no puedo enviar a todos a diferentes países; ellos deben cambiar porque lo desean. Solo espero que así sea, que esas personas cambien por iniciativa, muchos no lo logran y mueren en la partida, pero otros cambian y se transforman en seres espirituales que aconsejan y ayudan a otros que pasan por la misma situación.

La joven me miró a los ojos sin poder creer lo que sus propios ojos habían visto hace unos pocos segundos y me dice—: ¿Quién eres tú?, ¿qué acaba de suceder?, ¿cómo lo hiciste? —Me preguntó completamente asustada, las preguntas que me hizo dejaron en claro su sentimiento.

Su labio inferior comenzó a temblar, sin parar en ningún momento; su piel se volvió como una pequeña hoja de papel, estaba tan pálida que me producía algo en mí interior, comprendía que estaba demasiado asustada de mis acciones y por ello, decidí que lo mejor sería observarla por un tiempo más; sé que quería una respuesta salir de mis labios con respecto a lo sucedido. La joven no tenía por qué pasar un momento tan desagradable como este, pero hice lo mejor que pude. Siempre trato de hacer lo mejor, si hago algo mal no es con intención. Pienso que nadie hace cosas malas con la intensión de herir a otro ser.

Esos jóvenes le habían hablado de una manera muy vulgar, no me gusta para nada ese tipo de vocabulario obsceno y menos a una mujer.
La joven parecía de unos diecisiete años de edad; su cabello era marrón oscuro con ondas pequeñas; sus ojos tenían el mismo color, pero contenían un brillo especial en su mirada y se encontraban completamente pintados de colores llamativos. Su atuendo no era para nada agradable, poseía ropa tan corta y ajustada que podía ver con claridad más de lo que debería estar viendo en estos momentos de mí vida, si es que podía llamar a esto vida.

—Castiel, un ángel del señor —Decidí que responder, sería lo mejor y eso fue justamente lo que hice.

No podía mentir, si lo hacía una runa angelical se producía sobre mi cuerpo en modo de castigo por mis acciones. No podría imaginar a un ser humano con runas, sé que ellos no pueden tenerlas o estallarían como simples bombas celestiales. Los seres humanos pueden tener diferentes cuestiones celestiales, pero las runas es una gran historia a parte. Si viera a un mundano con runas me alejaría lo más rápido posible, pero si tiene gran parte celestial dentro de él, podría soportar lo que nosotros llamamos “Paranoia celestial”; muy pocos seres poseen aquello, no es muy común en esta era.

La joven siguió esperando una respuesta que ella crea, le es muy difícil creer en algo tan ficticio como un ser sobrenatural. Lo comprendo, en un momento de mi vida llegué a pensar que los seres humanos solo eran historias, pero ahora sabía que eran verdaderas. Tuve un gran shock cuando vi uno por primera vez, pero luego fui creciendo y supe que no eran malas criaturas; ellos siempre tratan de hacer lo mejor para ellos, no les importa el otro y a las pocas personas que les importa otro ser que no sean ellos mismos, los atacan y muchas vecen mueren; a esas personas las apodan mártires. Los mundanos tienen nombre para todo, cuando algo no tiene un nombre ellos le dan uno. Según mi padre, son los seres más inteligentes de todos los existentes, pero para muchos de mis hermanos, eso no es cierto y hacen todo lo posible para demostrar que ellos tienen razón y que mi padre se ha equivocado; hasta ahora, eso no ha funcionado.

© Byther Sarrafoglu,
книга «El ángel pecador».
Los mejores momentos
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