Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 25
Febrero llegó a Italia con una luz pálida y fría, y Turín parecía suspenderse en un letargo entre la niebla, el arte y la historia, pero también con un sol tenue que comenzaba a filtrarse entre las nubes grises. Cooper y yo nos habíamos permitido pequeños placeres: un espresso en la Piazza San Carlo, la visión dorada de la Mole Antonelliana al amanecer, el sabor de un risotto al azafrán y copas de vino tinto en una trattoria donde el tiempo parecía haberse detenido. Por momentos, la belleza de Italia nos recordaba que la vida seguía, incluso bajo la sombra de la muerte del culto.

Pero la rutina de la investigación se volvía cada vez más frustrante. El patrón se repetía con una precisión exasperante: desapariciones, asesinatos, incendios, caos, los mismos negocios fachada, las mismas sombras que se extendían con una precisión escalofriante. El culto parecía un monstruo que se regeneraba cada vez que creíamos haberlo herido. Era como perseguir fantasmas: se deslizaban entre las grietas, dejando tras de sí solo ecos y cenizas de canales de televisión y campus universitarios.

Una noche, en el pequeño apartamento donde nos alojábamos, rodeados de mapas, informes y grabaciones, decidimos reexaminar todo desde el principio. Cada pista, toda la evidencia, cada detalle que habíamos recopilado. Las conexiones eran claras, brutales en su lógica: los canales incendiados, los clubes nocturnos, las mujeres desaparecidas con los rostros mutilados, las fachadas religiosas y el satanismo. Pero había algo más, algo que nos habíamos pasado por alto, otra vez.

—No podemos cometer el mismo error. No otra vez. No vamos a perder el tiempo en España siguiendo los mismos patrones que se repiten una y otra vez. Si el epicentro está en Montreal, allí es donde debemos estar. Si queremos desmantelar esta red, debemos ir al origen, a la fuente que alimenta todos estos crímines.

—Exacto —respondió—. En Estados Unidos cometimos el mismo error: nos quedamos atrapados en la superficie, siguiendo pistas en círculos, persiguiendo espejismos, mientras el núcleo del culto y sus cabecillas operaban desde Montreal. Perdimos tiempo valioso, ya que ellos estuvieron en Miami y luego huyeron a Montreal. Pero no olvidemos que sus crímenes más graves los han cometido en Portugal.

—Todo apunta a Montreal —dije finalmente, casi en un susurro—. Desde el principio. El culto no solo se estableció allí, sino que nunca dejó de operar desde esa ciudad. Todos los movimientos, todas las ramificaciones, llevan de vuelta a Canadá.

La decisión estaba tomada. Empaquetamos lo esencial y quemamos los documentos innecesarios. Antes de partir, enviamos un informe cifrado a nuestros contactos en Interpol y Europol, dejando constancia de nuestras sospechas y hallazgos en Europa. No podíamos confiar en nadie más.

El vuelo a Montreal fue largo y silencioso. El invierno canadiense nos recibió con una nevada densa. Todo parecía aún más impenetrable, pero sabíamos que bajo esa superficie se ocultaba la raíz del mal.

El campus universitario incendiado, las jóvenes asesinadas, el caso casi resuelto por El Sûreté du Québec (SQ), el Servicio Canadiense de Inteligencia de Seguridad (CSIS), la Gendarmería Real de Canadá (RCMP) y la Unidad de Crimen Organizado de la Policía de Montreal (SPVM). Pero algo nos decía que el caso estaba lejos de cerrarse. El culto era una hidra, y sus cabezas seguían reproduciéndose.

—Vamos por el pastor, su esposa y las tres hijas—dijo Cooper, con una frialdad que solo da la certeza del deber.

—Esta vez no habrá margen para el error—respondí, sintiendo la adrenalina recorrerme—. Vamos a desmantelar la secta, cueste lo que cueste.
© Luu Herrera ,
книга «DECEMBER 11».
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