LA NIÑA
EL PACTO DE ANA
LA ABUELA INFINITA
LA NIÑA
Una parvada de cuervos se alza en el cielo nocturno en medio la autopista negra, llamada así por su reputación, son innumerables la historias que se cuentan en torno a esta misteriosa autopista, el suelo pavimentado de color negro brilla bajo la luz de una luna media, una señal de desvío ondeando con la brisa gélida de aquella noche invernal, la nieve cae tan sumisa e indolora sobre las hojas secas de los pinos los cuales se alzan alrededor de la zona solitaria y tenebrosa, se puede oír el rugido del viento que retumba entre los árboles susurrantes, parece no haber nada más que pinos escarchados de nieve, la carreta que se extiende hasta el horizonte, el cielo despejado con luces boreales adornando las constelaciones y el imperante silencio que solo es opacado aveces por el bullicio de los cuervos quienes surcan el cielo.

La familia Crestón decide tomar el desvío para llegar lo antes posible al hospital, el auto a toda marcha por la carretera sombría y oscura, solo se divisa una farola cada cincuenta metros, Barry el hijo mayor lleva puesto los audífonos tarareando una canción, lleva el pelo rizado de color negro el cual sacude al ritmo de su música, los ojos negros entrecerrados bajo unas cejas esculpidas, calabaza zapatillas Nike de un color blanco opaco, lucia un suéter negro con un cráneo estampado y un pantalón negro deshilachado, el rostro en forma de (V) y el cuerpo delgado, Susan su madre sostiene una expresión de dolor, su tercer hijo esta por nacer, la pansa agrandada le sobresale de entre las ropas, apretá los labios y frunce el ceño, los ojos color verde se sobresaltan, lucia sudorosa y angustiada mientras mantenía la respiración agitada —¡respira cariño! —exclama su esposo Lenis quien mantiene ambas manos en el volante, aturdido por los quejidos de su esposa, tiene el entrecejo fruncido y los ojos marrón bien abiertos tratando de visualizar con nitidez la carretera, aquel hombre achaparrado luce un cuerpo musculoso, su pelo negro y largo ondea con el frío viento que se cuela por las ventanas del auto, la nieve cae sobre el para brisa mientras este maneja a gran velocidad. Su segunda hija Sofía de unos quince años yace dormida en los asientos traseros de la camioneta junto a su hermano, luce un vestido negro y zapatillas rojas, sus favoritas.

El padre despabila por un instante mientras ve a lo lejos una niña parada en medio de la carretera, pisa el freno mientras las llantas relinchan contra el pavimento, los niños se alarman, la pequeña Sofía se despierta sobresaltada, la madre lanza un grito desgarrador, el bebé salió disparado de su vagina, la mujer mana sangre de sus entrañas encharcando el auto y un líquido viscoso recubre al bebé quien murió en el impacto, el padre por fin logra detener el auto pero la niña ya no estaba donde la vio, pensó, luego volvió su mirada a sus hijos quienes estaban aterrados, vio a su esposa quien sostenía al feto entre sus brazos, pudo ver como al bebé le manaba sangre entre los ojos, la mujer soltó un grito agudo que sobresalto a los cuervos quienes se posaron sobre el auto, la brisa gélida soplaba con más intensidad, los cuervos danzan sobre la camioneta, uno de ellos los miró con fijación —!lárgate! —rugió Lenis el padre, golpeó el parabrisas con tanta fuerza que hizo vibrar la camioneta, los niños seguían perturbados, mudos, sin decir nada en lo absoluto, la madre salió del auto con el feto deforme por el impacto entre sus brazos —¡Susan! —exclamó su esposo con la voz quebrada, la mujer lo miró indiferente, una lágrima roja, se deslizó por su mejilla, tenía los ojos ensangrentados al igual que su pequeño hijo que yacía muerto entre sus manos, el hombre salió del auto para consolar a su mujer, los niños se quedaron paralizados dentro de la camioneta —!cariño! tienes sangre en los ojos —dijo el hombre, trató de abrazarla pero ella lo apartó, no decía nada, su mirada se perdió, parecía inexpresiva —¡qué demonios! —exclamó, la niña yacía adelante de él, tenía los ojos en blanco, la piel era de un tono pálido, él jamás había visto una piel tan blanca, aquella niña parecía de quince años la misma edad que su hija —!estás bien! —replicó, se acercó con cautela y volvió la mirada a sus hijos los cuales negaban con la cabeza, como si no quisieran que la tocara, el hombre no hizo caso e insistió —¿estás bien, niña?—. Aquélla recobró la conciencia, sus ojos se tornaron azules, la niña balbuceaba, decía cosas en un idioma desconocido, su voz era casi inaudible, el pelo corto de color rojizo se extendía hasta su cuello delgado, la niña parecía muy flaca, de entre las sombras descubrió su rostro, era hermoso, sus facciones eran muy marcadas, las cejas finas de un tono rojizas, los labios regordetes de un color rosa, lucia un atuendo jamás antes visto, era de un escarlata platinado, ajustado, parecía que lo llevaba pegado en la carne, aquel atuendo le cubría desde la mitad de cuello hasta sus pies, calzaba botas singulares —¡brack-lorck-fregmis!— dijo la niña con su voz dulce y aterciopelada, sonó casi como un susurro —¡que! —reprochó el hombre, volvió la mirada a su esposa pero esta se había quitado la vida, su cuerpo yacía sobre la carretera negra, manaba sangre de sus muñecas, dio la vuelta y revisó las heridas de su esposa, sus ojos se aguaron y se aferró a ella, luego pensó se volvió al auto y lo qué pudo ver le heló la sangre.

Identificó de entre un charco de sangre las cabezas cortadas del los cuerpos de sus hijos, el hombre trató de gritar pero se contuvo, se le hizo un nudo en la garganta mientras tragaba saliva de golpe, se volvió a donde estaba la extraña niña y la vio sonriente, parada a cinco metros de distancias, la nieve caía y los cuervos envolvieron a Lenis, le picaron el rostro, el hombre revoloteaba y gemía de dolor, la niña permaneció inerte, sin mover ni un solo músculo con una mueca sonriente en su rostro. Los cuervos continuaban devorando la carne del hombre, sus gritos desgarradores enfurecían aún más a las aves la cuales tenían tanta hambre que del hombre solo quedaron sus huesos.

Suena el despertador, Lenis se levanta sobresaltado, su cuerpo está envuelto en sudor, parece confundido y perturbado, su respiración agitada y los dedos tembloroso —¿fue un sueño? —se dijo en voz baja, levantó la mirada y observó el calendario el cual yacía colgado de la puerta, en ese instante recordó lo vivido en la carretera, aun puede sentir como los cuervos le desoyan la piel.
© Jhordan Ortiz,
книга «LA NOCHE DEL DEMONIO/Relatos».
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