El conejo qué dejó de saltar.
El conejo qué dejó de saltar.
"¡Vamos a la mansión encantada!"─Exclamo la chica de dorados cabellos mientras alzaba su puño hasta lo mas alto.

El chico, sentado sobre el pasto, frunció el ceño, mientras que la niña del vestido rojo jugaba con sus dedos. Ninguno de ellos creía ya en las brujas, fantasmas, o seres de otro mundo, pero nadie quería confirmarlo en ese momento. Y como una pandilla que vaga por las calles, se dirigieron a la mansión sobre la colina mas alta que este pueblo ofrecía.

Risas y bromas salían de la boca de cada uno, hasta que llegaron a la puerta de la mansión. Las risas cesaron, y las bromas sobre lo que podían encontrarse en la mansión, tomaban mas seriedad con cada latido del corazón.
La chica de dorado cabello fue la que se atrevió a abrir la puerta, mientras que la niña del vestido rojo se ocultaba detrás del chico. Apenas dieron un paso dentro de la mansión cuando la puerta se cerro detrás de ellos, dejándolos a merced de una profunda oscuridad.

Por mas que trataron de volver a abrir la puerta no lo lograron. La niña comenzó a sollozar, aferrándose al suéter del chico, mientras que la chica de dorado cabello se comenzaba a inquietar por estar en las penumbras. En un acto de valentía, estupidez, o desesperación, el chico grito a todo pulmón: "¡Sal de una vez!". Su voz reboto con un eco en todo el lugar, haciendo temblar las débiles paredes de hormigón.

Y como haciéndole caso a la voz del chico, las luces de unas velas se encendieron, y frente a ello, una anciana de aspecto antiguo, y postura jorobada, apareció sosteniéndose de un bastón tan frágil como una copa del cristal.

"El lobo siempre gruñe, pero es el primero y querer escapar. El gato siempre se esconde detrás del conejo. Y el conejo, solo salta sin saber en donde caerá"─Dijo, con una pequeña carcajada al final.─"Mientras la cadenas como ahora, ninguno podrá alejarse demasiado del otro"

Sin poder hacer nada, unas cadenas doradas aparecieron en los tobillos de cada uno, sujetando a la niña del vestido rojo con el chico, y a la chica rubia de igual forma con el chico. Y recitando una especie de hechizo, la anciana desapareció junto con la mansión, dejando al trió en un pequeño prado. Al inicio, quisieron negar todo lo que paso, pero cuando las cadenas hicieron efecto, el peso de las mismas, y el dolor, los hicieron ver lo real que era esto.

El hechizo funcionaba de la siguiente forma: Solo podían alejarse un cierta distancia hasta que las cadenas se ajustaran a sus tobillos, causando un molesto dolor. Pero si dos de ellos permanecían juntos, el tercero podría recorrer el doble de distancia de lo que podría ser capaz en circunstancias normales. Las cadenas eran invisibles para todo el mundo, menos para ellos, por lo que esta situación seria difícil de explicar a sus padres.

"Solo hay que estar juntos por siempre"─Dijo la niña del vestido rojo.

Pero esto era mucho mas difícil. Siendo niños, la forma en la que viven no depende de ellos, si no de sus padres, los cuales no entenderían este problema por que lo tomarían como juegos, o simples tonterías de niños. Cuando iniciaron las clases, tuvieron que cargar con un dolor apenas soportable por la distancia que había del uno, al otro. Y el que mas sufría, era el conejo. Con una cadena sujeta en cada pierna, el dolor que sentía era el doble de fuerte que el de el lobo, o el gato.

Un día, harto de tanto sufrimiento, y de no poder llevar una vida normal, el conejo salio de su escondite, y comenzó a correr por las calles. Corrió, y corrió, hasta que sus piernas empezaron a pesar. Corrió, y corrió, hasta que sus piernas temblaron del cansancio. Corrió, y corrió, hasta que sus huesos comenzaron a romperse por culpa de lo ajustadas que estaban las cadenas. Corrió, y corrió, hasta que las cadenas atravesaron la carne del conejo.
Ya no pudiendo soportar el dolor, el conejo cayo derrotado al suelo, impotente por no poder hacer mas por sus compañeros. Pero no dejaría que todo el dolor que les causo a sus compañeros, por el egoísmo de querer escapar de este destino, fuera para nada. Reuniendo lo ultimo que le quedaban de fuerzas, el conejo dio el salto mas alto que pudo, sintiendo como sus piernas se liberaban de un enorme peso.

Rendido, cayo al suelo, sonriendo le al cielo mientras lloraba. Su sonrisa, era de plena felicidad. La mas autentica jamas vista por la humanidad. Pero sus lagrimas, no acompañaban su sonrisa. Sus lagrimas, esas mismas que se deslizaban por sus mejillas, eran de autentica tristeza, por que el conejo se dio cuenta que esa sensación de libertar y alivio, no era mas que el dolor disfrazado.

El conejo había perdido sus patas...


─Cherry.


¿Quién es Cherry?
© Viajero ,
книга «Cuentos Jamas Contados».
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