Capítulo 2
El día había transcurrido con total serenidad. En los pasillos del palacio se rumoreaba que una diosa yacía en Wakanda, una mujer desconocida que se paseaba con su rey a todos lados. Todos la trataban con sumo respeto, admiración y demostraban ser devotos a Bast en todo momento, su Diosa Pantera, la que les había dado el regalo más hermoso de todos. Aún así ella se sentía extraña, había comprendido hace mucho que los humanos eran codiciosos. Jamás pensó que en Wakanda esto no fuese así, todas las personas parecían tener unos valores de oro inculcados muy bien, sus principios le daban una muy buena impresión, incluso su propio pueblo había llegado a ser codicioso algunas veces, hasta los Dioses vivían en la codicia y soberbia. En la noche, el rey insistió en que ella debía permanecer en la habitación más grande del palacio, Bast no se negaba, pero aún así prefería la simpleza, que tenía en su antiguo reino, su pueblo ya la conocía, la morena podía vivir, reinar, y ser increíblemente feliz con pocas cosas, y eso era algo de admirar.
Se levantaba cuando el sol lo hacía, y el estar en Wakanda, no cambiaría sus costumbres, los Dioses no se bañan, ¿Por qué lo haría ella? Tenía magia. Con un suave movimiento de manos una aura amarilla la rodeó y su vestimenta cambió al igual que el resto de su apariencia. Salió de la habitación divisando una gran cantidad de guardias por todo el lugar. No tenía muy claro a dónde debía ir, así que anduvo por los pasillos son rumbo alguno, cuando había tocado la mejilla de Shuri había adquirido todo el conocimiento de la morena, así que de esa forma había aprendido tan rápidamente aquel idioma que todos manejaban, entre muchas otras cosas, miraba por las ventanas intentando divisar al pueblo, casi no habían personas en la calle; y no era para menos, el sol apenas se asomaba por las montañas. Su acanelada piel brillaba, siempre lo hacía, supuso que debía esperar a que los demás se levantaran: «Qué pueblo más flojo» pensó la Diosa relamiendo sus labios y dándose la vuelta para caminar por el pasillo tranquilamente, una fina tela de color blanco cubría su pecho y otra formaba una especie de pantalón si te sus piernas, las ofrendas de oro y diamantes preciosos estaban por todos lados; rostro, brazos, piernas.
Sin percatarse de lo que pasaba a su alrededor, el sol ya había salido al fin, por lo que tanto la familia real como el pueblo, se levantaban rápidamente para comenzar con sus labores a lo que ellos conocían como la primera hora del día. El primero que pudo divisar en el amplio pasillo fue al monarca de aquellas tierras, ella conocía muy bien a la tribu pantera y le parecía estar llena de hombros con corazones y voluntades de oro, por ello los había escogido, desde hace muchos años los ayudaba con sus nobles fines, para que pudieran cumplir sus cometidos, siendo así los mejores gobernantes.
—Mi Diosa —El rey se acercó haciendo una reverencia, su tono de voz era suave, siempre lo era.
—Su majestad —Ahora la mujer había hecho una reverencia.
Él esbozó una sonrisa, provocando que ella alzara una de sus delgadas cejas.
—Quería llevarla a desayunar, si le parece una buena idea.
—Por supuesto, haré todo lo que usted haga, su majestad —El más alto ladeó su cabeza y le extendió su mano, indicándole que la tomase.
Caminaron en silencio hasta un amplio comedor, todo era tan moderno, futurista, ella pudo notar fácilmente que en todos lados se encontraba aquel metal mineral, vibranium.
—Madre, hermana —dijo él apenas ingresaron, a aquella enorme sala.
Ambas mujeres se levantaron al percatarse de que la elegante mujer llamada Bast estaba ingresando con T’Challa. Para la egipcia era molesto.
—No, ¡No! —Había alzado la voz, pero no había gritado. Las mujeres alzaron una ceja y entendieron su expresión, volviendo a sus asientos.
—Espero, mi reina —dijo el monarca, aunque no fuera cierto—, que disfrute la comida.
—Espero lo mismo —Le otorgó una sonrisa.
El desayuno llegó rápidamente, todos se reincorporaron en sus haciendo, conversando animadamente mientras comían a gusto; todos parecían estar interesados en saber un poco más acerca de aquella Diosa que idolatraba.
—Luce muy joven.
—Los Dioses no envejecen.
—¡Eso no es cierto! Pero son importarles.
Los dos hermanos se peleaban y a Bast le causaba gracia en demasía, soltó una suave risa y T’Challa le miró encantado.
—En realidad, los demás Dioses son inmortales, yo no.
—¿De… verdad? —Ahora era Shuri quien levantaba una de sus cejas, llena de curiosidad.
—Sí, por Seth, hijo de Geb y Nut, Dios de la oscuridad y el caos en aquel entonces —Ella hizo una pausa, todos lucían interesados—, Seth estuvo enamorado de mí, y al ver que yo solo amaba a mi pueblo, decidió matar a su hermano para reinar en Egipto, y luego me maldijo.
—¿Cómo…?
—Su maldición fue clara; yo abandonaría mi inmortalidad, pero a cambio, estaría destinada a reencarnar luego de mi muerte.
—Reencarnación perpetua —dijo el rey con una mano en su barbilla, la Diosa asintió.
—¿Y nadie podría quitarle la maldición?
La mujer negó suave y delicadamente con la cabeza tomando un poco de aquel exquisito elixir que le habían servido en un vaso de vidrio, jugo de naranja.
—Cuando Horus, el hijo de su hermano, lo venció, se negó a romper su maldición.
—¿Y quién era el hermano de Seth?
Bast frunció levemente su ceño, ¿Acaso esas personas no conocían a otros Dioses además de ella? No sabía si sentirse halagada u ofendida.
—Osiris. Él fue revivido por su esposa luego del triunfo de su hijo, es ahora el Dios de la reencarnación y del inframundo.
—Y siempre pensé que ese era Anubis —La princesa recibió una mirada matadora de su madre y hermano, ella rió nerviosa—, eso enseñan en las películas.
—Tranquila, lo sé…
—¿Su hermano no podría romper la maldición?
—Digamos que jamás me llevaré bien con esa familia, Osiris jamás me perdonará que su hermano lo haya asesinado por mi culpa. El único que es de mi agrado, podría ser Horus, es encantador.
Ramonda hizo una mueca y llevó sus manos a su rostro, era muy interesante el escuchar a la Diosa hablar acerca de ella, ¿Quién mejor que un Dios para contar anécdotas?
—Y tú, mi reina… ¿Tienes algún hermano? —preguntó el rey mirándole fijamente.
Ella tomó de nuevo el vaso, tomando de este, no era un tema del cual le agradara hablar demasiado.
—Sí, Sejmet.
La habitación se vió invadida por Okoyé, que solicitaba hablar con su majestad, no sin antes saludar amablemente a la Diosa sentada junto al rey.
—Okoyé, ¿Qué sucede? —Bast pensó que la habilidad para hablar con tal calma del rey, era admirable.
—El señor Stark, su majestad, dijo que quería hablar con usted, está proyectado en la sala principal.
—Por supuesto —Se levantó delicadamente e hizo una pequeña reverencia—, si me permiten, bellas damas, iré a atender algunos asuntos.
Las tres asintieron y él se marchó.
—¿Eso es un piercing? —preguntó la princesa cuando las puertas se cerraron, recibiendo una mirada de desaprobación de su madre.
—Sí —La mujer rió—, supongo que sí. Está hecho de oro, Shuri.
En la cultura actual se le conocía como septum, era una preciosa argolla dorada con pequeñas piedras en el frente.
—Es muy bonito —Sonrió al hablar y continuó con su desayuno.
—Mi Diosa Bast —Ahora era la reina madre quien hablaba—, ¿Cómo trataban en su pueblo su reencarnación?
—¿Cómo crees usted que lo tratarían? Cuando yo moría, todas las futuras madres se llenaban de regocijo, esperando que el hijo que concebían, fuera su Diosa —Sonrió al recordar—, se hacían grandes celebraciones cuando una madre daba a luz a la renovada Diosa Bast.
—Eso es grandioso…
Un pequeño silencio se hizo en la habitación por algunos segundos. Bast tomó más jugo, era su tercer vaso ya.
—¿Y cómo murió la última vez?
—Fue en una guerra, Sejmet tuvo la culpa de mi muerte. Fue hace veintidós años.
—¿Usted tiene magia, mi Diosa? —Shuri parecía interesado, ella creía en la ciencia, no en la magia, irónico ¿No?
—Los espíritus tienen poder, joven princesa Shuri —Fue lo único que contestó para luego terminar su jugo.
Al terminar aquel ameno y agradable desayuno, la Diosa optó por volver a su habitación, no quería que nadie la viera, y tampoco quería que la trataran como si fuese importante. Se sentía mal si la trataban así fuera de su pueblo, extrañaba su reino.
La hora del almuerzo llegó, y esta vez fue el rey quien tocó su puerta, le miró galantemente, y la invitó a almorzar. Esta vez solo estaban ellos dos, el almuerzo transcurrió tranquilo, tal vez hubo bastante coqueteo por parte de ambos, pero qué se podía hacer, ambos eran dos atrevidas panteras ¿O no? Hablaron un poco acerca de los poderes que eran otorgados a T’Challa con su manto, a ella, el actual rey, le parecía más que encantador, se preguntaba en dónde estaba su reina, ¿Por qué la había conocido?
—Su majestad, ¿Cuándo conoceré a la reina de sus tierras? —Él pareció sorprendido.
—Permítame informarle, mi señora, que no tengo reina alguna. Aún no he contraído matrimonio —Eso último lo dijo con un brillo en sus ojos, Bast sonrió de forma lasciva y acarició el bazo del monarca con su dedo índice, deteniéndose sobre la mano de este.
—Es… una pena. Ha de ser usted un increíble marido.
El rey le sonrió encantado. El resto del almuerzo transcurrió tranquilo, ambos seguían coqueteando sin pudor, y no era como que al otro le molestase. Habían hablado acerca de Wakanda; a la Diosa le parecía incorrecto que parte de África estuviera muriendo de hambre, mientras ellos seguían creciendo y avanzando como civilización, a el rey le pareció repetitiva su conversación, pero eso no quiere decir que no prestó atención a lo que ella tenía para decir. Ahora ambos caminaban por los pasillos del palacio.
—Tuvimos muchos Dioses pantera —dijo él, suavemente.
—Lo sé. Yo los envié —murmuró sin mirarle—, necesitaba que todos supieran que yo los oía, yo cumplía sus peticiones, yo los ayudaba, y aún lo hago.
—Su entidad, si me permite decirlo —Ahora él hizo una pausa y relamió sus labios—, es usted hermosa.
—¿No todas las Diosas lo son, su majestad?
Él hizo una mueca, parecía pensarlo.
—Pues yo no conozco a todas las Diosas. Solo a usted. Mi hermosa Diosa Bast.
Touché, ella sonrió. T’Challa había estado un rato analizando a la joven, era bellísima, de eso no cabía duda, hasta su caminar era elegante y precioso, como el de una mismísima pantera, movía sus caderas de forma provocativa al caminar, pero lucía totalmente natural y no intencional. Él pensaba que sus ojos ámbar eran de lo más exquisito que se podía observar. Y era cierto que Bast era una mujer hermosa, pero no todas las Diosas lo eran, ella poseía la gracia y elegancia única de un felino, ojos amarillos e hipnotizantes, su cuerpo era pequeño y curvilíneo; delgado y precioso. El joven Udaku lo sabía, estaba consciente de todos sus encantos, pero, por desgracia, no de todos sus defectos.
—Hay muchos Wakandianos que insinúan que usted se ha manifestado ante ellos, juran que la han escuchado en sus cabezas, dándoles aliento.
—Sí, he sido yo, su majestad.
Bast era una Diosa familiar, amorosa, y dulce, no podía soportar el sufrimiento ajeno de ninguna manera, así que siempre intentaba ayudar de cualquier forma posible. Sus súbditos siempre decían que era la mujer más cálida del mundo, hasta que la hacían enojar, y era por ello que le había incomodado hablar de su hermana Sejmet, porque ella en realidad no existía, Sejmet era ella misma; la forma más mala y ruin de Bast, que solo podía salir a flote cuando ella enfurecía, Sejmet era una tigresa, sedienta de sufrimiento y sangre, pero a Bast le gustaba ser pacífica y dulce, cautelosa y elegante como la pantera, a menos de que la disgustasen, claro está.
—Rey T’Challa, ¿Para qué lo solicitaban esta mañana? —Al rey le había parecido imprudente hasta que notó aquel adorable rostro de curiosidad en la más baja.
—Era solo un amigo. Quería saber de usted, discúlpeme por haberla dejado así, cuando yo la invité.
—No se preocupe, pero, ¿Qué le ha dicho a su amigo?
El rey estaba algo nervioso, se relamió los labios y ella pudo notar dos cosas: su nerviosismo, y que ese hombre tenía labios perfectos.
—No mucho. Le he comentado que no era de su incumbencia —murmuró y se hincó de hombros.
A ella le pareció bien, no quería que nadie supiera que ella estaba ahí, sería tonto en ese caso, en realidad, siempre era muy cautelosa con lo que hacía. Anthony Stark tenía experiencia tratando con Dioses, y sabía que era algo bastante confuso y complejo, realmente se sintió curioso cuando tal energía inusual fue registrada en África. Lo que al multimillonario le preocupaba era que aquella «Bast» de la cual Udaku le había hablado fuese un peligro inminente para la humanidad, como cierto asgardiano que había conocido hace un tiempo. Stark le sugirió al monarca que la invitara hasta las instalaciones de los Vengadores, pero él solo dijo que lo pensaría, tampoco quería exponerla ni abrumarla.
—Oye, whiskas, Nakia estaba preguntando por ti —«Nakia» el nombre retumbó en las orejas de la Diosa.
—Oh, Shuri, claro. Voy en camino —dijo el rey haciendo una mueca.
Nakia era un hermosa joven, que era nada más y nada menos que la ex novia del rey.
—T’Challa —Escapó de sus labios, casi como un atrevido ronroneo.
—¿Sí? —Se dió la vuelta, posicionándose justo frente a ella.
Ella se acercó a él sensualmente, sin titubear en ningún momento, y colocó sus manos suavemente en el pecho foráneo, acariciando la tela de su traje con la gema de sus dedos, T’Challa casi mordió su labio por el acto, pero pensó que podría ser inapropiado, aún así no pudo evitar pensar que aquella mujer era más que provocativa.
—Voy a ir a… mi habitación —La cercanía de sus rostros desconcentró al monarca, podía sentir el caliente aliento foráneo en su rostro.
—Está bien —murmuró asintiendo suavemente.
La egipcia retiró sus manos de el monarca y se dió la vuelta, caminando elegantemente hacia su habitación. Al llegar simplemente se tumbó en su cama. Era cómoda, suave, y muy amplia, lo que le hacía recordar lo sola que estaba en ese lugar. Ya estaba consciente de que T'Challa aún no estaba casado, así que, sin meditarlo mucho pensó: «¿Por qué no ser ella su esposa?» después de todo, cada Diosa necesita su pueblo, y cada rey necesita una reina. Se sentó sobre la cama a meditar; sería sencillo hechizar a T’Challa, pero eso le parecía deshonesto, y ella era una mujer muy firme, honesta y humilde, así que se encargaría de que el monarca estuviera a sus pies a la antigua, enamorándolo profundamente, ella mejor que nadie, se encargaría de que T’Challa se arrastrara para implorar su amor. Aún así, jamás lo maltrataría, ella cuidaría muy bien del rey, y se encargaría de mantenerlo contento y complacido.
El resto del día pasó volando, y ella optó por quedarse en aquella habitación meditando acerca de su vida, que era bastante larga, por cierto, mientras el rey resolvía asuntos con su ex novia en otra sala del hermoso palacio, solos.
—Es un gusto que estés aquí de vuelta —Era aproximadamente la quinta vez que se lo decía, Nakia comenzaba a bufar ligeramente.
—Y yo estoy feliz de estar aquí. Amo a Wakanda, y lo sabes.
Él la miró con una sonrisa, en algún momento de su vida había amado con locura a esa mujer; pero verdaderamente ya no lo hacía, mirar a los ojos a aquel hermoso espécimen ni siquiera le producía felicidad. Era extraño, tal vez fue la forma en la cual ella se fue, sin despedirse, lo hizo sentir como un ser irrelevante, como si no hubiera sido un príncipe en aquel enro
—Espero esta vez te quedes un tiempo —dijo el más alto con una sonrisa.
—T’Challa… —La de cortos cabellos se acercó a él lentamente—. Te extrañé muchísimo.
Ahora estaba murmurando, era extraño, Nakia siempre hablaba fuerte y claro.
—Y Wakanda te extrañó a ti —Él hubiera preferido que se quedara en norteamerica.
—Sí, ya veo —Nakia no era estúpida, entendía el rechazo.
Sin embargo, sería estúpida si no se dispusiera a recuperar el amor de su majestad, pensó que tal vez simplemente había sido el tiempo que habían pasado separados, que los recuerdos de su noviazgo tenían algo de polvo encima, pero ella aún no sabía que en una habitación del palacio, se encontraba una joven y preciosa Diosa del antiguo Egipto, a la cual —en Wakanda— se le debía amar y venerar.
Luego de su amena conversación con la Keniana decidió que prefería pasar de la cena, y ordenó que se encargaran de atender a Bast correctamente, yendo a preguntarle si deseaba cenar algo, y luego llevándoselo rápidamente si así era necesario. Él en serio quería dejar una muy buena impresión en ella, anhelaba que estuviera orgullosa de Wakanda, quería que Bast estuviera orgullosa de él. Al entrar en su habitación se despojó de su ropa, optando por usar un simple pantalón de pijama; estaba agotado, pero aún así no podía dejar de pensar en Bast, sus ojos ámbar; lo tenían hipnotizado, encantado, hechizado, sentía que comenzaba a verlos en todos lados, si rostro; era toda una obra de arte, su piel morena, su nariz respingada, cerraba los ojos y aún veía aquel rostro en su mente, ella era encantadora y no podía negar que se sentía atraído también de la forma menos inocente, se preguntó si estaría pecando al desear el poder desnudar a esa mujer con sus propias manos, quería sentir su piel, el cuerpo foráneo bajo el suyo. Bueno, Bast había dicho que no iba a hechizarlo, pero no había dicho nada acerca de manipularlo un poco…
Se levantaba cuando el sol lo hacía, y el estar en Wakanda, no cambiaría sus costumbres, los Dioses no se bañan, ¿Por qué lo haría ella? Tenía magia. Con un suave movimiento de manos una aura amarilla la rodeó y su vestimenta cambió al igual que el resto de su apariencia. Salió de la habitación divisando una gran cantidad de guardias por todo el lugar. No tenía muy claro a dónde debía ir, así que anduvo por los pasillos son rumbo alguno, cuando había tocado la mejilla de Shuri había adquirido todo el conocimiento de la morena, así que de esa forma había aprendido tan rápidamente aquel idioma que todos manejaban, entre muchas otras cosas, miraba por las ventanas intentando divisar al pueblo, casi no habían personas en la calle; y no era para menos, el sol apenas se asomaba por las montañas. Su acanelada piel brillaba, siempre lo hacía, supuso que debía esperar a que los demás se levantaran: «Qué pueblo más flojo» pensó la Diosa relamiendo sus labios y dándose la vuelta para caminar por el pasillo tranquilamente, una fina tela de color blanco cubría su pecho y otra formaba una especie de pantalón si te sus piernas, las ofrendas de oro y diamantes preciosos estaban por todos lados; rostro, brazos, piernas.
Sin percatarse de lo que pasaba a su alrededor, el sol ya había salido al fin, por lo que tanto la familia real como el pueblo, se levantaban rápidamente para comenzar con sus labores a lo que ellos conocían como la primera hora del día. El primero que pudo divisar en el amplio pasillo fue al monarca de aquellas tierras, ella conocía muy bien a la tribu pantera y le parecía estar llena de hombros con corazones y voluntades de oro, por ello los había escogido, desde hace muchos años los ayudaba con sus nobles fines, para que pudieran cumplir sus cometidos, siendo así los mejores gobernantes.
—Mi Diosa —El rey se acercó haciendo una reverencia, su tono de voz era suave, siempre lo era.
—Su majestad —Ahora la mujer había hecho una reverencia.
Él esbozó una sonrisa, provocando que ella alzara una de sus delgadas cejas.
—Quería llevarla a desayunar, si le parece una buena idea.
—Por supuesto, haré todo lo que usted haga, su majestad —El más alto ladeó su cabeza y le extendió su mano, indicándole que la tomase.
Caminaron en silencio hasta un amplio comedor, todo era tan moderno, futurista, ella pudo notar fácilmente que en todos lados se encontraba aquel metal mineral, vibranium.
—Madre, hermana —dijo él apenas ingresaron, a aquella enorme sala.
Ambas mujeres se levantaron al percatarse de que la elegante mujer llamada Bast estaba ingresando con T’Challa. Para la egipcia era molesto.
—No, ¡No! —Había alzado la voz, pero no había gritado. Las mujeres alzaron una ceja y entendieron su expresión, volviendo a sus asientos.
—Espero, mi reina —dijo el monarca, aunque no fuera cierto—, que disfrute la comida.
—Espero lo mismo —Le otorgó una sonrisa.
El desayuno llegó rápidamente, todos se reincorporaron en sus haciendo, conversando animadamente mientras comían a gusto; todos parecían estar interesados en saber un poco más acerca de aquella Diosa que idolatraba.
—Luce muy joven.
—Los Dioses no envejecen.
—¡Eso no es cierto! Pero son importarles.
Los dos hermanos se peleaban y a Bast le causaba gracia en demasía, soltó una suave risa y T’Challa le miró encantado.
—En realidad, los demás Dioses son inmortales, yo no.
—¿De… verdad? —Ahora era Shuri quien levantaba una de sus cejas, llena de curiosidad.
—Sí, por Seth, hijo de Geb y Nut, Dios de la oscuridad y el caos en aquel entonces —Ella hizo una pausa, todos lucían interesados—, Seth estuvo enamorado de mí, y al ver que yo solo amaba a mi pueblo, decidió matar a su hermano para reinar en Egipto, y luego me maldijo.
—¿Cómo…?
—Su maldición fue clara; yo abandonaría mi inmortalidad, pero a cambio, estaría destinada a reencarnar luego de mi muerte.
—Reencarnación perpetua —dijo el rey con una mano en su barbilla, la Diosa asintió.
—¿Y nadie podría quitarle la maldición?
La mujer negó suave y delicadamente con la cabeza tomando un poco de aquel exquisito elixir que le habían servido en un vaso de vidrio, jugo de naranja.
—Cuando Horus, el hijo de su hermano, lo venció, se negó a romper su maldición.
—¿Y quién era el hermano de Seth?
Bast frunció levemente su ceño, ¿Acaso esas personas no conocían a otros Dioses además de ella? No sabía si sentirse halagada u ofendida.
—Osiris. Él fue revivido por su esposa luego del triunfo de su hijo, es ahora el Dios de la reencarnación y del inframundo.
—Y siempre pensé que ese era Anubis —La princesa recibió una mirada matadora de su madre y hermano, ella rió nerviosa—, eso enseñan en las películas.
—Tranquila, lo sé…
—¿Su hermano no podría romper la maldición?
—Digamos que jamás me llevaré bien con esa familia, Osiris jamás me perdonará que su hermano lo haya asesinado por mi culpa. El único que es de mi agrado, podría ser Horus, es encantador.
Ramonda hizo una mueca y llevó sus manos a su rostro, era muy interesante el escuchar a la Diosa hablar acerca de ella, ¿Quién mejor que un Dios para contar anécdotas?
—Y tú, mi reina… ¿Tienes algún hermano? —preguntó el rey mirándole fijamente.
Ella tomó de nuevo el vaso, tomando de este, no era un tema del cual le agradara hablar demasiado.
—Sí, Sejmet.
La habitación se vió invadida por Okoyé, que solicitaba hablar con su majestad, no sin antes saludar amablemente a la Diosa sentada junto al rey.
—Okoyé, ¿Qué sucede? —Bast pensó que la habilidad para hablar con tal calma del rey, era admirable.
—El señor Stark, su majestad, dijo que quería hablar con usted, está proyectado en la sala principal.
—Por supuesto —Se levantó delicadamente e hizo una pequeña reverencia—, si me permiten, bellas damas, iré a atender algunos asuntos.
Las tres asintieron y él se marchó.
—¿Eso es un piercing? —preguntó la princesa cuando las puertas se cerraron, recibiendo una mirada de desaprobación de su madre.
—Sí —La mujer rió—, supongo que sí. Está hecho de oro, Shuri.
En la cultura actual se le conocía como septum, era una preciosa argolla dorada con pequeñas piedras en el frente.
—Es muy bonito —Sonrió al hablar y continuó con su desayuno.
—Mi Diosa Bast —Ahora era la reina madre quien hablaba—, ¿Cómo trataban en su pueblo su reencarnación?
—¿Cómo crees usted que lo tratarían? Cuando yo moría, todas las futuras madres se llenaban de regocijo, esperando que el hijo que concebían, fuera su Diosa —Sonrió al recordar—, se hacían grandes celebraciones cuando una madre daba a luz a la renovada Diosa Bast.
—Eso es grandioso…
Un pequeño silencio se hizo en la habitación por algunos segundos. Bast tomó más jugo, era su tercer vaso ya.
—¿Y cómo murió la última vez?
—Fue en una guerra, Sejmet tuvo la culpa de mi muerte. Fue hace veintidós años.
—¿Usted tiene magia, mi Diosa? —Shuri parecía interesado, ella creía en la ciencia, no en la magia, irónico ¿No?
—Los espíritus tienen poder, joven princesa Shuri —Fue lo único que contestó para luego terminar su jugo.
Al terminar aquel ameno y agradable desayuno, la Diosa optó por volver a su habitación, no quería que nadie la viera, y tampoco quería que la trataran como si fuese importante. Se sentía mal si la trataban así fuera de su pueblo, extrañaba su reino.
La hora del almuerzo llegó, y esta vez fue el rey quien tocó su puerta, le miró galantemente, y la invitó a almorzar. Esta vez solo estaban ellos dos, el almuerzo transcurrió tranquilo, tal vez hubo bastante coqueteo por parte de ambos, pero qué se podía hacer, ambos eran dos atrevidas panteras ¿O no? Hablaron un poco acerca de los poderes que eran otorgados a T’Challa con su manto, a ella, el actual rey, le parecía más que encantador, se preguntaba en dónde estaba su reina, ¿Por qué la había conocido?
—Su majestad, ¿Cuándo conoceré a la reina de sus tierras? —Él pareció sorprendido.
—Permítame informarle, mi señora, que no tengo reina alguna. Aún no he contraído matrimonio —Eso último lo dijo con un brillo en sus ojos, Bast sonrió de forma lasciva y acarició el bazo del monarca con su dedo índice, deteniéndose sobre la mano de este.
—Es… una pena. Ha de ser usted un increíble marido.
El rey le sonrió encantado. El resto del almuerzo transcurrió tranquilo, ambos seguían coqueteando sin pudor, y no era como que al otro le molestase. Habían hablado acerca de Wakanda; a la Diosa le parecía incorrecto que parte de África estuviera muriendo de hambre, mientras ellos seguían creciendo y avanzando como civilización, a el rey le pareció repetitiva su conversación, pero eso no quiere decir que no prestó atención a lo que ella tenía para decir. Ahora ambos caminaban por los pasillos del palacio.
—Tuvimos muchos Dioses pantera —dijo él, suavemente.
—Lo sé. Yo los envié —murmuró sin mirarle—, necesitaba que todos supieran que yo los oía, yo cumplía sus peticiones, yo los ayudaba, y aún lo hago.
—Su entidad, si me permite decirlo —Ahora él hizo una pausa y relamió sus labios—, es usted hermosa.
—¿No todas las Diosas lo son, su majestad?
Él hizo una mueca, parecía pensarlo.
—Pues yo no conozco a todas las Diosas. Solo a usted. Mi hermosa Diosa Bast.
Touché, ella sonrió. T’Challa había estado un rato analizando a la joven, era bellísima, de eso no cabía duda, hasta su caminar era elegante y precioso, como el de una mismísima pantera, movía sus caderas de forma provocativa al caminar, pero lucía totalmente natural y no intencional. Él pensaba que sus ojos ámbar eran de lo más exquisito que se podía observar. Y era cierto que Bast era una mujer hermosa, pero no todas las Diosas lo eran, ella poseía la gracia y elegancia única de un felino, ojos amarillos e hipnotizantes, su cuerpo era pequeño y curvilíneo; delgado y precioso. El joven Udaku lo sabía, estaba consciente de todos sus encantos, pero, por desgracia, no de todos sus defectos.
—Hay muchos Wakandianos que insinúan que usted se ha manifestado ante ellos, juran que la han escuchado en sus cabezas, dándoles aliento.
—Sí, he sido yo, su majestad.
Bast era una Diosa familiar, amorosa, y dulce, no podía soportar el sufrimiento ajeno de ninguna manera, así que siempre intentaba ayudar de cualquier forma posible. Sus súbditos siempre decían que era la mujer más cálida del mundo, hasta que la hacían enojar, y era por ello que le había incomodado hablar de su hermana Sejmet, porque ella en realidad no existía, Sejmet era ella misma; la forma más mala y ruin de Bast, que solo podía salir a flote cuando ella enfurecía, Sejmet era una tigresa, sedienta de sufrimiento y sangre, pero a Bast le gustaba ser pacífica y dulce, cautelosa y elegante como la pantera, a menos de que la disgustasen, claro está.
—Rey T’Challa, ¿Para qué lo solicitaban esta mañana? —Al rey le había parecido imprudente hasta que notó aquel adorable rostro de curiosidad en la más baja.
—Era solo un amigo. Quería saber de usted, discúlpeme por haberla dejado así, cuando yo la invité.
—No se preocupe, pero, ¿Qué le ha dicho a su amigo?
El rey estaba algo nervioso, se relamió los labios y ella pudo notar dos cosas: su nerviosismo, y que ese hombre tenía labios perfectos.
—No mucho. Le he comentado que no era de su incumbencia —murmuró y se hincó de hombros.
A ella le pareció bien, no quería que nadie supiera que ella estaba ahí, sería tonto en ese caso, en realidad, siempre era muy cautelosa con lo que hacía. Anthony Stark tenía experiencia tratando con Dioses, y sabía que era algo bastante confuso y complejo, realmente se sintió curioso cuando tal energía inusual fue registrada en África. Lo que al multimillonario le preocupaba era que aquella «Bast» de la cual Udaku le había hablado fuese un peligro inminente para la humanidad, como cierto asgardiano que había conocido hace un tiempo. Stark le sugirió al monarca que la invitara hasta las instalaciones de los Vengadores, pero él solo dijo que lo pensaría, tampoco quería exponerla ni abrumarla.
—Oye, whiskas, Nakia estaba preguntando por ti —«Nakia» el nombre retumbó en las orejas de la Diosa.
—Oh, Shuri, claro. Voy en camino —dijo el rey haciendo una mueca.
Nakia era un hermosa joven, que era nada más y nada menos que la ex novia del rey.
—T’Challa —Escapó de sus labios, casi como un atrevido ronroneo.
—¿Sí? —Se dió la vuelta, posicionándose justo frente a ella.
Ella se acercó a él sensualmente, sin titubear en ningún momento, y colocó sus manos suavemente en el pecho foráneo, acariciando la tela de su traje con la gema de sus dedos, T’Challa casi mordió su labio por el acto, pero pensó que podría ser inapropiado, aún así no pudo evitar pensar que aquella mujer era más que provocativa.
—Voy a ir a… mi habitación —La cercanía de sus rostros desconcentró al monarca, podía sentir el caliente aliento foráneo en su rostro.
—Está bien —murmuró asintiendo suavemente.
La egipcia retiró sus manos de el monarca y se dió la vuelta, caminando elegantemente hacia su habitación. Al llegar simplemente se tumbó en su cama. Era cómoda, suave, y muy amplia, lo que le hacía recordar lo sola que estaba en ese lugar. Ya estaba consciente de que T'Challa aún no estaba casado, así que, sin meditarlo mucho pensó: «¿Por qué no ser ella su esposa?» después de todo, cada Diosa necesita su pueblo, y cada rey necesita una reina. Se sentó sobre la cama a meditar; sería sencillo hechizar a T’Challa, pero eso le parecía deshonesto, y ella era una mujer muy firme, honesta y humilde, así que se encargaría de que el monarca estuviera a sus pies a la antigua, enamorándolo profundamente, ella mejor que nadie, se encargaría de que T’Challa se arrastrara para implorar su amor. Aún así, jamás lo maltrataría, ella cuidaría muy bien del rey, y se encargaría de mantenerlo contento y complacido.
El resto del día pasó volando, y ella optó por quedarse en aquella habitación meditando acerca de su vida, que era bastante larga, por cierto, mientras el rey resolvía asuntos con su ex novia en otra sala del hermoso palacio, solos.
—Es un gusto que estés aquí de vuelta —Era aproximadamente la quinta vez que se lo decía, Nakia comenzaba a bufar ligeramente.
—Y yo estoy feliz de estar aquí. Amo a Wakanda, y lo sabes.
Él la miró con una sonrisa, en algún momento de su vida había amado con locura a esa mujer; pero verdaderamente ya no lo hacía, mirar a los ojos a aquel hermoso espécimen ni siquiera le producía felicidad. Era extraño, tal vez fue la forma en la cual ella se fue, sin despedirse, lo hizo sentir como un ser irrelevante, como si no hubiera sido un príncipe en aquel enro
—Espero esta vez te quedes un tiempo —dijo el más alto con una sonrisa.
—T’Challa… —La de cortos cabellos se acercó a él lentamente—. Te extrañé muchísimo.
Ahora estaba murmurando, era extraño, Nakia siempre hablaba fuerte y claro.
—Y Wakanda te extrañó a ti —Él hubiera preferido que se quedara en norteamerica.
—Sí, ya veo —Nakia no era estúpida, entendía el rechazo.
Sin embargo, sería estúpida si no se dispusiera a recuperar el amor de su majestad, pensó que tal vez simplemente había sido el tiempo que habían pasado separados, que los recuerdos de su noviazgo tenían algo de polvo encima, pero ella aún no sabía que en una habitación del palacio, se encontraba una joven y preciosa Diosa del antiguo Egipto, a la cual —en Wakanda— se le debía amar y venerar.
Luego de su amena conversación con la Keniana decidió que prefería pasar de la cena, y ordenó que se encargaran de atender a Bast correctamente, yendo a preguntarle si deseaba cenar algo, y luego llevándoselo rápidamente si así era necesario. Él en serio quería dejar una muy buena impresión en ella, anhelaba que estuviera orgullosa de Wakanda, quería que Bast estuviera orgullosa de él. Al entrar en su habitación se despojó de su ropa, optando por usar un simple pantalón de pijama; estaba agotado, pero aún así no podía dejar de pensar en Bast, sus ojos ámbar; lo tenían hipnotizado, encantado, hechizado, sentía que comenzaba a verlos en todos lados, si rostro; era toda una obra de arte, su piel morena, su nariz respingada, cerraba los ojos y aún veía aquel rostro en su mente, ella era encantadora y no podía negar que se sentía atraído también de la forma menos inocente, se preguntó si estaría pecando al desear el poder desnudar a esa mujer con sus propias manos, quería sentir su piel, el cuerpo foráneo bajo el suyo. Bueno, Bast había dicho que no iba a hechizarlo, pero no había dicho nada acerca de manipularlo un poco…
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