Prólogo
Nota de Autor
Prólogo
Su madre se aseguró de que llevaba todas las cosas necesarias. Sobre todo el repelente de mosquitos, las cremas para la alergia y los inhaladores de asma. Le acomodó la comida en un bol con tapa para el almuerzo, la ropa perfectamente limpia y perfumada, y una colección de libros que sabía que le encantarían. Judy besó a su padre que estaba sentado en un ancho sillón en la sala de estar, quien la miró a través de los anteojos inquisitivo. Suspiró, sacudió el periódico y volvió a sumergirse en su lectura habitual.

Judy se acomodó los anteojos y se secó el borde de los ojos con un pañuelo, tenía ganas de llorar. Estar lejos de sus padres le afectaba muchísimo y aunque ellos mismos parecían estar contentos con su partida y que finalmente el último polluelo abandonaba el nido, no quería separarse. Seguramente le extrañarían, por supuesto que la echarían de menos.

El rubor cubrió el rostro de Judy cuando Franz su mejor amigo entró con presteza a la sala para despedirla, ni ella misma entendía como es que eran amigos, es decir, un chico apuesto, alto y rubio, el típico imán de chicas. Y bueno él jamás la habría visto de otra forma, habían crecido juntos y eran vecinos de casi toda la vida. Claro que, él no sabía que Judy había estado enamorada de él por varios años. Y que se había resignado cuando se dió cuenta de que a Franz le gustaba más coleccionar conquistas, que la veía como a una hermana y que en fin, era totalmente inalcanzable.

El cabello rubio cereza de Judy era la conmoción favorita de Franz y de todos. Le abrazó por un costado con un brazo y con la mano libre le revolvió el cabello afectuosamente, como muestra de cariño, según él. La piel pecosa del rostro de Judy se encendió más. Franz le dió un sonoro beso en la frente y la empujó hacia el Audi azul que tenía aparcado en la entrada, donde su madre le acomodaba todo en el maletero.

—Ya sabes...—Comenzó Franz con ambas manos en los bolsillos—Te echaré de menos Jude y todo eso. A tí y a tus galletas de avena de los domingos.

Judy sintió nuevamente deseos de llorar, pero logró contenerse.

—Gracias. Despideme de los demás.

—Lo haré.

Abrazó a su madre y subió al auto.





Berlín, un piso compartido con otra chica y la matrícula de literatura en la Universidad Humboldt aprobada. Judy tuvo la sensación de que mudarse a Berlín le aseguraba un nuevo comienzo.

Abrió la puerta del pequeño y estrecho apartamento. No había decoración llamativa, todo era sencillo, minimalista y práctico. Paredes blancas y pisos de madera. Un inmenso sofá en medio de la sala y una tele. Una cocina pequeña, las encimeras y una isla de madera con un par de taburetes. El pasillo con cuatro puertas de nogal, dos eran las habitaciones, otra un baño y la última un cuarto de lavado donde estaban apiladas la lavadora y una secadora. Su habitación apenas tenía espacio para la cama, un par de cómodas, un escritorio, una silla y el armario.

Enseguida apareció Abby con quien compartiría la renta y con quien solo había hablado por teléfono, por la puerta principal.

—Hola.—Saludó—Soy Abby, tu debes ser Judy.

—Si, un gusto.

—Traje pizza—Alzó la caja con ambas manos y se deslizó por el lugar hasta colocarla en la isla.—Debes tener hambre.

—No, no. Mi madre me preparó las comidas en compartimientos para varios días, sabes como son las madres.

—Claro, por supuesto. Bueno pondré el resto en el refrigerador.

—¿Que tal la ciudad?

—Bien—Se encogió de hombros e hizo un mohín.—¿Que tal, Hoppergarten?

—Fantástico. Igual que siempre.

—Excelente.—Se quitó el abrigo y los zapatos—Voy a ir con unos amigos al cine. ¿Quieres acompañarnos?

—No, voy a descansar. Tengo cosas que hacer mañana. Estaré en mi habitación acomodándome.

—Bueno voy a ducharme. Si necesitas algo solo avísame.

—Esta bien, gracias.

Vió a la bella rubia platinada de ojos grises desaparecer por el estrecho pasillo y escuchó un portazo.

Suspiró, se metió las manos en los bolsillos del abrigo buscando las llaves y bajó al estacionamiento por el resto del equipaje. Después fue por comestibles a una tienda cercana. Cuando regresó, Abby se había cambiado de ropa y estaba por salir nuevamente. Se despidió de ella con una mano, volvió a ofrecerle ayuda para cualquier cosa que necesitara y salió del apartamento.



—Hola—Contestó con el teléfono en la oreja, mientras colocaba la ropa en los cajones de la cómoda.

—¿Que tal Berlín?

—Bien, ¿Que tal mis padres?

—Voy a ver—Franz se asomó por su ventana y le echó un vistazo a la casa de los vecinos.—Aún tienen las luces encendidas.

—Papá está leyendo y mamá prepara la cena.

—Acertaste.—Puntualizó—¿Sabes? Te echaré de menos, Jude.

—Yo igual—Siguió doblando la ropa—¿Como está Brigitte?

—No he ido a verla.

—¿Problemas en el paraíso?

—No, todo está bien. Solo que...

—¿Qué? —Preguntó Judy—Puedes contarme.

—La universidad. Se va a mudar igual que tú.

—Tu no debiste desertar. Te pueden aceptar en cualquier universidad.

—No es eso—Cortó—Ella no cree en las relaciones a larga distancia.

—Hace unos meses tu ni siquiera creías en tener una relación.—Replicó y añadió—Mírate ahora.

—Ya, lo sé.—Suspiró—Voy a dejarte. Iré a jugar fútbol en la consola.

—Está bien, cuídate.

—Igual tú, dulces sueños—Y colgó.

Su hermana Samantha le envió un mensaje de texto:

Samantha: ¿Como vas?

Judy: Desempacando.

Samantha: Iré el fin de semana a verte

Judy: Bien, ¿Idea de papá?

Samantha: No, tonta. Quiero verte.

Judy: Genial.

Lanzó el teléfono sobre la cama y salió de la habitación. No calculó cuanto tiempo había pasado, pero ya Abby estaba de regreso, lo supo cuando escuchó la llave en la puerta y un montón de risitas de fondo. Cuando la puerta se abrió Abby entraba con dos chicos. Judy se echó un rápido vistazo, estaba en pijamas, pero era aceptable. Sin embargo se sintió avergonzada.

—Judy—Saludó Abby con una inmensa sonrisa y los señaló—Éste es Jürgen y el es Klaus, mi novio.

Ambos asintieron sin pronunciar palabra. Judy los observó, ambos rubios de cristalinos ojos celestes, altos y apuestos. 

—Un gusto.—Asintió—Estaré en mi habitación.

Dio unos cuantos pasos para marcharse y recordó por qué había ido a la cocina en primer lugar. Y se volvió, abrió el refrigerador y tomó una de las botellas de agua que ella misma había colocado allí un rato antes.

Desde su habitación los escuchó reír por al menos dos horas más. Hasta que se acostó en la cama y se quedó dormida.

En la mañana se despertó con el sonido de la música que parecía retumbar por toda la casa. Se colocó las pantuflas de conejito y salió al pasillo. Abby estaba en la cocina haciendo el desayuno.

—Buenos días—Le saludó Abby con una sonrisa radiante, tenía el sartén en la mano—¿Te gusta el tocino?

Judy pensó que tal vez era mejor seguirle la corriente. Era domingo y quería dar una vuelta por la ciudad, quien mejor que Abby para ayudarla. Se sentó en la mesa de la cocina apoyando los codos sobre la superficie. En un par de minutos Abby puso un plato frente a ella y se sentó.

—¿Café?—Preguntó Abby

—No, gracias.

Abby sonrió y la observó mientras masticaba sus huevos revueltos.

—Le gustaste a Jürgen.

Judy se congeló, tomó el tenedor y lo volvió a colocar al lado del plato. Lejos de halagarse, se asustó. Abby siguió hablando...

—Es un buen chico. Estudia música y trabaja medio tiempo en una constructora. Es compañero de piso de Klaus. Lleva algún tiempo soltero. Podríamos arreglar una salida los cuatro hoy. ¿Que te parece?

—Me parece bien.

Abby sonrió satisfecha y se levantó de la mesa.

—Fantástico.


© Luu Herrera ,
книга «Tu y Yo Juntos y que Arda El Mundo».
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