Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 6
El sol en Vancouver brillaba con una intensidad casi irreal, como si la ciudad entera celebrara mis triunfos, como si el universo mismo celebrara mi racha de éxitos. Canadá no solo estaba respondiendo mejor de lo esperado, sino que la expansión global estratégica de mi imperio solar y del resto de mis empresas se aceleraba a un ritmo vertiginoso superando todas mis proyecciones y expectativas. La agenda de las últimas semanas había sido un torbellino: reuniones maratónicas con inversores en Asia, negociaciones con bancos en Canadá, un vuelo relámpago a Seúl para cerrar alianzas tecnológicas que había sido una mezcla perfecta de negocios y placer, consolidando acuerdos y disfrutando de la cultura vibrante de la ciudad y del resto de Corea del Sur. Europa había abierto nuevas oportunidades con inversores estratégicos, y en Senegal, los millones generados por la inversión futbolística estratégica en África, donde se auguraba que el fútbol sería promovido exponencialmente en todo el continente durante los años venideros. Todo confirmaba que mi visión empresarial era global y multifacética. En fin estábamos conquistando mercados mundiales… cada paso era una afirmación de que mis planes no solo funcionaban, sino que estaban transformando mercados y generando ganancias que superaban cualquier pronóstico y expectativa razonable. Canadá era solo el epicentro de una expansión que ya se sentía imparable. Mi imperio solar crecía con una velocidad que ni yo misma había imaginado. Todo lo que había planificado se estaba multiplicando ante mis ojos, y la sensación de control y poder era casi adictiva.

Todo parecía encajar a la perfección, hasta que mi racha de triunfos y victorias se vio eclipsada por una nube oscura y densa que tenía nombre y apellido: Paul Dumont, uno de mis abogados principales. El asunto giraba en torno a la expansión de Voltaris, proyectos e inversiones que incluían estaciones hidráulicas, plantas solares y la producción de aceite de oliva para América Latina y el Caribe, áreas donde Paul había mostrado una preocupante negligencia y había cometido errores graves que amenazaban con desbaratar meses de trabajo.

El Email me llegó temprano, mientras Rachel y yo revisábamos el mapa de ruta para la expansión en Ontario y los avances en las plantas de baterías de estado sólido. El correo, escueto y alarmante, de nuestro equipo de compliance: “Problemas con la expansión de Voltaris, las centrales solares, estaciones hidráulicas y la producción de aceite de oliva para América Latina y el Caribe. Paul no responde. Se le ha visto en eventos sociales y turísticos en playas caribeñas. Detalles adjuntos”.

Sentí cómo la rabia me subía a la cabeza. Rachel, siempre atenta, notó el cambio en mi expresión.

—¿Qué sucede? —preguntó, dejando el iPad a un lado.

—Paul—dije entre dientes—. Ha dejado varios asuntos críticos a la deriva. Y mientras tanto, estaba de fiesta en el Caribe.

No esperé más. Crucé la fábrica como una tormenta, el taconeo de mis Louboutin rebotando en el acero y el vidrio, entré a la sala de juntas con paso firme y completamente en llamas.. Paul ya me esperaba, bronceado, sonriente, con ese aire de suficiencia que solía resultarme útil en negociaciones, pero que ahora solo me provocaba rabia. Su actitud era casi insolente, como si el mundo entero le perteneciera, como si no estuviera a punto de enfrentar la tempestad.

—¡Oh, aquí estás! —le espeté, la ira burbujeando en cada palabra—. ¿Sabes cuántos millones están en juego por tu negligencia?

Paul levantó las manos, intentando calmarme.

—Deborah, estás exagerando. La planta hidráulica es un proyecto a largo plazo, y el equipo de ingeniería sabe lo que hace. Tranquilízate, todo está bajo control. El tema de los proyectos en el Caribe y en América Latina es un asunto menor, un tecnicismo. Además, necesitaba un descanso. Han sido meses intensos.

Mis ojos se clavaron en los suyos, el enojo creciendo. Paul se levantó, intentando calmarme, pero mi ira era imparable.

—Paul, ¿cómo es posible que este proyecto, que yo misma supervisé, esté en este estado? —exclamé, furiosa, mi voz resonando con una furia contenida, mientras lanzaba un bolígrafo hacia la mesa—. ¡Esto es inaceptable!

Él esquivó el bolígrafo con una expresión cansada, pero sin perder la compostura.

—Deborah, te aseguro que estoy haciendo todo lo posible, pero hay factores externos que no controlamos —respondió con voz firme.

—¡No puedo permitir que esto siga así! ¡Nunca haces lo que te digo! —grité, levantando un documento que mostraba los desastres.

Paul tragó saliva, su expresión cambiando de arrogancia a preocupación.

—Deborah, he estado manejando varios frentes, y la situación en el Caribe y América Latina no es tan sencilla como parece. Puedo explicarlo. Hacer negocios allí es más complejo de lo que tú...

No lo dejé terminar.

—¿Complejo? ¿Eso es lo que tienes para mí después de meses de advertencias? ¿Después de que te pedí, te ordené, que supervisaras cada detalle? —Mi voz subió de tono, atronando en la sala de reuniones—. ¡Nunca me escuchas, Paul! ¡Nunca haces lo que te digo! Te perjudicas a ti mismo con tu ineptitud, ahogándote en tu propia negligencia y mediocridad. ¿Quieres que te despida ahora mismo?

Rachel, siempre impecable, se mantuvo al margen, pero su mirada era un recordatorio silencioso de quién tenía el control. Paul, por primera vez, parecía acorralado.

—Hay complicaciones legales y políticas que no podía controlar desde allí. Estoy gestionando todo...

—¿Gestionando? —repliqué, al borde de perder el control—.Te he pedido informes claros, acciones concretas, y solo recibo excusas y retrasos. ¿Por qué no haces lo que te digo? ¿Por qué siempre ignoras mis instrucciones?

—Voltaris está protegida, y la planta hidráulica es solo un proyecto en fase inicial. No hay nada irreversible.

—¿Te parece normal, Paul? —le lancé el informe sobre la mesa, los papeles volando como aves asustadas—. ¿Crees que puedo liderar un imperio global mientras tú te dedicas a las fiestas y a los cócteles en el Caribe? ¿Sabes cuánto está en riesgo? ¿Siquiera te lo imaginas?

Paul intentó mantener la compostura, pero su voz tembló.

—Fue un malentendido, el equipo nacional aseguró que todo estaba bajo control y…

Volví a interrumpirlo. Sentí la furia ardiente atravesarme completamente, caliente y feroz.

—¡¿Bajo control?! —grité, y Rachel, desde la esquina, se encogió ligeramente—. ¿Sabes lo que significa perder los proyectos en el Caribe y en América Latina? ¿Tienes idea del daño a la reputación, del dinero invertido, de las oportunidades que acabas de destruir?

Mi furia escaló hasta que lancé todo lo que encontré a mano: papeles, carpetas, un pisapapeles, una taza, hasta un pequeño adorno. Paul se movía ágil esquivando cada objeto, mientras yo desataba la ira y frustración que me desbordaba.

—Deborah, necesito que me escuches. No es tan simple. Hay complicaciones legales y logísticas que no se resolvieron a tiempo, pero estoy trabajando en ello.

Rachel intentó interceder.

—Señora, quizá deberíamos revisar los documentos antes de tomar una decisión...

Paul abrió la boca, pero solo logró balbucear una defensa torpe.

—He resuelto problemas peores. Puedo arreglar esto. Solo necesito tiempo...

—¡Tiempo! —Le arrojé el portavasos, que rebotó en la mesa y cayó al suelo—. ¡No tienes tiempo! ¡No tienes más oportunidades! ¡No quiero oír más excusas! Has puesto en riesgo la reputación de las empresas. ¿Sabes cuántos abogados en el mundo matarían por tu puesto?

Paul me miró, por primera vez sin palabras. El silencio era denso, eléctrico. Sentí la mirada de Rachel, preocupada, pero firme.

—Puedo solucionarlo, solo necesito un par de días más…

—¡No tienes ni un minuto!—le interrumpí, y sin pensarlo, tomé otro pisapapeles cercano y lo lancé contra la pared, donde se estrelló con un estrépito que hizo que todos en la sala se quedaran petrificados—. Dame una sola razón para no despedirte ahora mismo, Paul. ¡Una sola!

El silencio era tan denso que podía cortarse con un bisturí. Paul tragó saliva, buscando desesperadamente una salida.

—He trabajado para tí durante años, he cerrado acuerdos y negociaciones que nadie más habría conseguido…

—Y ahora los has puesto todos en riesgo por tu negligencia e irresponsabilidad—escupí, mi voz cortante como el cristal—. No quiero lealtad vacía, quiero resultados.

—Deborah, he cometido errores. Pero puedo arreglarlo. Dame una oportunidad de corregir... —Su voz tembló apenas, pero fue suficiente para saber que entendía la gravedad del momento.

No me contuve.

—¡Despedidos! —grité, girándome hacia Rachel—. Quiero fuera a todo el equipo de ingeniería, a los técnicos, a los trabajadores, a todos los involucrados en este fiasco del Caribe y de América Latina. Llama al Departamento de Recursos Humanos y que no quede nadie. Y rompe cualquier oportunidad de negocios en esa región. No quiero ni oír la palabra Caribe en esta empresa nunca más.

El murmullo de sorpresa y miedo recorrió la sala. Rachel, siempre profesional, se acercó para intentar calmarme.

—Podemos buscar una solución, quizá renegociar con los socios caribeños y latinoamericanos, reestructurar las estaciones, la producción de aceite…

Levanté la mano, cortando cualquier intento de mediación.

—No, Rachel. Esta vez no. No pienso tolerar incompetencia ni un segundo más. El Caribe y América Latina ya no existe para Voltaris. Rompan todos los contratos, cancelen cualquier negociación. Prefiero perder una región entera antes que arriesgar la integridad de mi imperio por culpa de un equipo que no está a la altura.

Rachel asintió, ya enviando mensajes y coordinando la purga con una eficacia implacable.

Paul se desplomó en el sillón, derrotado. Sus ojos, que tantas veces habían brillado con astucia, ahora solo reflejaban incredulidad y miedo.

—Señora Abrahams, le ruego que reconsidere. Puedo…—Balbuceó, pálido—Deborah, por favor. Sé que he fallado, pero...

—No te despido a ti, Paul, porque aún creo en que puedes arreglar lo que queda. Pero este es tu último aviso. Irás a Estados Unidos, y allí harás absolutamente todo lo que te digan, eso, si quieres mantener tu cabeza en su sitio. Te dejaré ser parte de los negocios y de los proyectos que sí están funcionando, y no gracias a ti. Si fallas una vez más, no habrá segundas oportunidades. Hoy son ellos, mañana podrías ser tú. Y si crees que no soy capaz de despedirte, desafíame. ¿Me has entendido?

Paul asintió, la derrota y la determinación luchando en su rostro.

—No volverá a pasar. Te lo prometo. Voy a corregir todo, voy a renovarme, cambiar las estrategias...

Me giré hacia mi asistente, el pulso aún acelerado, pero satisfecha.

—Rachel, asegúrate de que Paul tenga todo lo esencial en Estados Unidos. Y que no vuelva a fallar.

Rachel me sonrió con complicidad.

—Lo haré, señora. Y enhorabuena, por cierto. Todo lo demás va mejor de lo que jamás imaginamos.

Rachel me acompañó a la salida, en silencio. El aire fresco de Vancouver me devolvió la calma. Miré el horizonte, donde las montañas se fundían con el cielo soleado, y supe que nada —ni un abogado irresponsable, ni un tropiezo en el Caribe— detendrían la expansión que habíamos iniciado.

—Vamos —le dije a Rachel—. Tenemos un imperio que dirigir. Y el mundo, literalmente, a nuestros pies.


© Luu Herrera ,
книга «Skybound».
Коментарі