ADVERTENCIA
EPÍGRAFE
PRÓLOGO
PERSONAJES
DATOS DE IMPERIUM
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                 3 ||  ¡Corre perra!


April Beláu D'Angelo


Apenas el despertador sonó dando las seis en punto de la mañana salí a toda velocidad de la comodidad de la cama para correr a bañarme, cepillarme los dientes y los cabellos. El desayuno era a las seis así que ya no llegaba, aunque no era mi culpa, no podía despertar más temprano porque mi horario de sueño era inviolable.


Entré al vestidor para ponerme el uniforme que ya se hallaba listo desde ayer para no retrasarme aún más. El uniforme consistía en saco, una corta falda tableada azúl marino, lazo en el cuello de la blusa blanca, largas pantimedias negras y botines de taco bajo. Opcional era sin las pantimedias, llevar o no el chaleco y el calzado dependía del alumno, pero yo prefería los botines negros.


Ser pobre tenía sus desventajas.


Luego de estar ya uniformada bajé las escaleras caracol, mi compañera se hallaba también muy elegante y lista para retirarse de la habitación con su bolso Gucci colgando en un hombro.


—Espérame —pedí, cogiendo mi mochila azul de mi cama ya equipada con los útiles. Ella me esperó en el umbral de la puerta, llevaba una cola de caballo sujetado por una cinta azul y poco maquillaje—. Listo. Vamos.


En cuanto llegamos al salón de sociales ocupé la segunda carpeta de la fila del medio. El salón de esa materia era de paredes azules con pizarras blancas digitales interactivas en cada una. No tenía ventanales como la de literatura, por eso siempre tenía las luces largas empotradas en el techo encendidas. Las mesas eran modulares triangulares de estructura metálica gris y acabadas en tablero del mismo color con bordes rojos al igual que sus sillas. Cada una era compartida por dos alumnos.


Nosotros éramos veinticuatro.


Algunas mesas ya estaban siendo ocupadas por algunos compañeros que conversaban, reían y de vez en cuando miraban la puerta de entrada, pero ninguno amigo mío. La chica Shin ocupó el lugar de al lado donde ya se hallaba sentado el vampiro con los codos sobre el tablero de la mesa y tamborileando los dedos de su mano derecha sobre su puño izquierdo.


—¡Perra! —Al escuchar ese apelativo dejé de ver al vampiro para observar a Beca entrar corriendo al salón. Ella había aumentado de peso; los rollitos se le escapaban por encima de la cintura de la falda. Su cabello oscuro estaba sujetado en dos colitas. Tomó aire y se apoyó a mi mesa con las dos manos—. ¡La anoréxica de Sasha me dijo que ya estaba el maestro dando clases!


Colocó su mochila sobre mi mesa y se dejó caer sobre el asiento a mi lado.


—Y tú le creíste —aposté, extrayendo un cuaderno y un bolígrafo de la mochila.


—Si, peco de inocente. Lo sé.


—Sólo ave... ces.


Dejé de hablar al oír las agudas y irritantes voces de las huecas acercarse a la entrada.


—Si claro; todas saben que no hay mejor manera de vestirse que la nuestra —Y la pandilla de las tres chifladas hizo su ingreso. Las tres vestían de manera similar, no llevaban las pantimedias puestas dejando ver sus piernas desnudas hasta los muslos y el cabello suelto—. ¿No es así Beláu? Algún día aceptarás que quieres ser como nosotras, pero lástima que seas tan infelizmente pobre.


Puse una mano sobre mi pecho.


—¡Uy qué dolor! Me has lastimado Schwartz. Ahora no podré dormir por el resto de mi vida —dije, con fingido pesar.


—Aparte de infelizmente pobre vas a tener que vivir traumada por esa triste realidad —acotó para mí sorpresa el chico de tatuajes sentado a mis espaldas. Giré para encararlo, aunque no sabía si era a favor o en contra de mí sus palabras. Lo hallé arremangando las mangas de su camisa, no llevaba el saco, y sus cabellos estaban perfectamente peinados hacia atrás. Sus perspicaces ojos verdes conectaron con los míos y añadió—. Quién quisiera tu vida.


Las huecas rieron acomodando sus traseros en sus respectivos asientos, como si tuviera gracia haberme tocado la vida de la que quería huir. Yo no quería mi vida. Bueno sí la quería, solo que no me gustaban algunos detalles.


—Yo quisiera su vida —Giré sorprendida hacia mi derecha  al escuchar esa voz suave, un poco grave y hastiada; el colorado sin mirar a ninguno de nosotros más que a Beca -comiendo su sandwich- se hallaba parado al costado de mi amiga, sujetando su mochila colgada en su hombro izquierdo—. ¿Me permites?


El rubio llevaba el copete peinado hacia atrás y con el acento que se manejaba, le daban un aire seductor y cautivador. Si no estuviera con la rectora asalta cunas, hasta le hubiera tirado mis perros. Sèvastian era muy atractivo y para la mayoría: el pack perfecto.


Beca por un momento se perdió en los ojos azules de Sèvastian con la boca abierta y llena de comida. No reaccionó hasta sentir mi golpe en las costillas, así como ella acostumbraba darme cuando alucinaba despierta o cuando no le ponía atención.


—Oh, mierda —Tomó su mochila y desocupó el lugar con torpeza. Nunca me confío quién le gustaba, pero por como actuaba frente al rubio supuse que se trataba de él—. Adelante. Solo estaba acompañando a mi amiga —rio—. Ya sabes.


—Siéntate delante —le susurré, señalando el sitio vacío al frente del mío—. Apura chica.


Ni corta ni perezosa lanzó su mochila sobre el escritorio al ver entrar al chino gruñón acompañado del castaño Beasley.


—¡Mío, perras!


El castaño rio divertido pero no dijo nada.


—Ni pensaba sentarme ahí —espetó Dae-hyun saludando a L'Royse con un movimiento de cabeza.


A diferencia del rubio y del castaño el chino también no traía la chaqueta ni la corbata, solo camisa, el pantalón y los brillantes zapatos de vestir. Él traía el cabello peinado hacia un lado mientras que los cabellos castaños claros de su compañero se hallaban despeinados en diferentes direcciones, como si hubiera pasado por ellos varias veces los dedos.


Ambos ocuparon sus asientos.


Los murmullos cesaron al ver entrar al salón al profesor Galileo junto al grupo del idiota -quién aún no había llegado-, y tras de ellos una apresurada Adalee aprensando sus libros y cuadernos en el pecho.


—Todos a sus lugares por favor —Empezó diciendo el teacher. Ubicó su maletín sobre su escritorio al lado del portátil y nos encaró—. ¿Quién falta?


—Heister —mencioné mirando los rostros de mis compañeros. Sherry estaba, el vampiro, el rubio, las huecas, el chico tattoo, la china, el chino, mi amiga, Adalee, el ángel del salón elegante como siempre: Nena. El grupito de Imbéciles del idiota, el castaño, Amanda, Aleksander y el grupito de los hipsters—. También Dylan.


—Qué observadora —Se burló Schwarz desde su sitio.


Pero, ¿qué tenía encontra mía? No le quité nada ni hice nada. Quizá debería hacerle algo para que tenga motivos, pero era una chica muy pacífica como para perder mi beca haciendo estupideces.


—Bien, los esperaremos unos minutos para empezar —dijo el señor Galileo, extrayendo libros y hojas del interior de su maletín. Él era un hombre intimidante de treinta y tres años, tenía los rasgos faciales afilados. Siempre llevaba el cabello negro peinado hacia atrás con mucha goma bañándolos. Hoy vestía en camisa celeste como un cielo turbio, chaleco azul oscuro con el logo de Imperium en su pecho izquierdo y pantalones marrones con zapatos negros—. Fusionen carpetas; cuatro cada grupo.


Las huecas fueron las primeras en hacer chirriar las patas de sus mesas.


—Sasha ven acá —llamó Luana a su amiga morena, que según malas lenguas le gustaba amanecer en otras camas y no precisamente vacías.


—Sólo carpetas; las de adelante voltéenlas de modo que fusionen con la de sus compañeros de atrás —explicó el maestro mientras calibraba la pizarra y escribía con un lápiz digital Psicología y Muerte en grandes letras sobre un documento mostrado—. ¿Me explico?


—Por supuesto, señor Galileo —canturreó Beca. Giró su carpeta y me alegré que estuviera al frente de la mía, pero también se me encogió el estómago al recordar con quién lo compartía—. ¡Aquí estoy perras!


—Señorita Crowley, modere su vocabulario.


—!Lo siento!


Saqué mi cuaderno para apuntar lo que seguía escribiendo el profesor en la pizarra, cualquier dato era necesario a la hora de estudiar para los exámenes.


—Profesor Galileo, alumnos.


Levanté la mirada al escuchar la voz de la rectora; vestida en un sutil vestido blanco hasta las rodillas se hallaba frente a nosotros. Sus ojos pardos nos observaban altivamente, traía un folder azúl entre sus delgadas manos adornadas con brillantes anillos en dos de sus dedos.


—Alumnos pasen al salón —El profesor Galileo se acercó a la puerta e hizo pasar a Dylan, Heister y a uno que su carita ya había visto, pero que no pertenecía a mi grado—. Ubíquense en sus asientos ustedes dos, y usted joven Ergen, ¿qué hace acá?


—Oh, profesor. El alumno viene conmigo —informó Madame Curie—. Vine a mencionarles que su compañero Ergen nos estará representando en el campeonato mundial de jiu-jitsu y ninjutsu.


—¿Con qué se come eso? —bufó despectivamente Heister, arrancando risas de algunos.


—Si quieres te enseño —propuso el chico de cabellos ensortijados color miel, con una sonrisa ladina en sus labios rojos.


—Alumnos —El profesor Galileo intervino, dando una mirada de reproche al rubio, el cual hoy parecía tener más ganas de joder que otros días. 


—Está bien señor Galileo —Restó importancia la rectora, mirando fijamente a L'Royse que se hallaba impasible sentado a mi lado—. ¿Ya se ha sorteado los compañeros de asiento en éste salón?


—Ayer —Asintió el profesor—. Si no me equivoco fué la maestra Lambert quien se encargó de eso.


Me removí incómoda en mi silla al alternar su mirada entre el rostro de mi compañero y mi rostro -seguro con un semblante nervioso por la situación-.


—También se nos presentarán variados eventos mundiales a los que seremos invitados. Imperium se caracteriza por ganar el primer lugar en todos y cada uno de ellos, por lo tanto espero destaquen en las disciplinas que mejor manejen —acotó sin perder de vista al rubio. Caminó hacia la salida y cuando ya respiraba con tranquilidad se detuvo—. Señorita Beláu, venga a verme a mí oficina después de haber finalizado todas sus clases —¿Por qué a mí?— . Con su permiso.


Y así abandonó el salón seguida de Erguen.


Dejé escapar un suspiro de alivio al ya no tenerla al frente. No sé porqué, pero sentía que me mataba con su mirada cada que me veía. Bueno sí sabía el porqué; su joven amante estaba sentado al lado mío.


—¿Qué es eso? —Salí de mis cavilaciones al escuchar la voz quejumbrosa de Heister frente a mí.


—Una mesa Hellsing —respondió Beca. Al mirar lo que tanto hacía en su block de notas me reí; estaba dibujando a Heister.


—¿Quién mierda es Hellsing? —inquirió éste con ese tono tan peculiar.


Sonreí al escuchar ese apellido mutado por parte de Beca.


—Tú —respondí por Beca.


—¿Se supone que deba reír ante tan estúpido seudónimo? —inquirió fastidiado.


Resoplé y lo observé fijamente a sus ojos similares a los de L'Royse, que ya estaban estudiando mi cara.


—Calma niño, no querrás envejecer a tan temprana edad, ¿verdad? —me mofé.


Arrugó el entrecejo y sonrió perversamente. Borré mi sonrisa al verlo colocar los antebrazos sobre la mesa para inclinarse un poco hacia mi lado.


—Algún día te mostraré cuan niño soy, Beláu —bisbiseó lentamente—. Y te aseguro que te haré tragar incluso más que tus palabras.


Sin darme tiempo a reaccionar mi amiga saltó de su asiento.


—Profesor —llamó—. ¡Aquí mi pervertido compañero Hellsing está amenazando a mi amiga April!


—Ya empiezan.


Dijo alguien por ahí.


Una hoja blanca con letras negras ocupó nuestro campo de visión.


—Si es que no hacen lo posible por trabajar en equipo, los reprobaré a los cuatro —Con esa amenaza y dejando la hoja sobre el escritorio de L'Royse, se retiró hacia el otro grupo el señor Galileo.


—Putas, vamos a trabajar como si fuéramos los bestfriends. ¿Vale? —animó mi amiga bipolar volviendo a sentarse. Tomó la hoja y leyó en voz alta—. La violencia de pareja y de género, perras. ¡A trabajar!


—Su vocabulario señorita Crowley.


(...)


—Las personas son libres de creer en lo que quieren, por algo hay tantas religiones en el mundo —espetó Beca—. Yo por ejemplo soy cristiana, y acá mi compañero L'Royse es ateo.


—¿Eres ateo? —pregunté con intriga.


Estábamos en debate entre los cuatro como los otros grupos, para puntualizar lo más importante en nuestros apuntes para el trabajo del señor Galileo, pero nos habíamos desviado del tema ante la mención de Beca sobre la religión de algunas estrellas de Hollywood.


El rubio giró la cabeza y me observó inquisitivamente.


—¿Y qué si lo soy?


—No —Carraspeé la garganta—. Nada. Simple curiosidad —Volví la vista a mis apuntes y anoté ese dato—. Tú Heister, ¿a qué religión perteneces? 


—Luciferiano.


Era mi turno de fruncir el entrecejo.


—Es en serio.


—Es en serio.


—¿Te has fumado algo Hellsing? —preguntó burlonamente Beca—. Aunque por esa cara creo que no sólo te has fumado algo.


—¿Tienes el culo tan cerrado como la mente? 


Carcajeé.


Me caía pésimo pero tenía un sentido del humor particular.


—Yo soy de mente abierta, pero dudo tener el culo así de abierto —reí.


—Vaya dato —musitó mi compañero de escritorio, golpeando una hoja en blanco con la parte superior de su bolígrafo. Pensativo.


—Sabía que eras virgen —ronroneó el idiota. 


—¿Qué tiene que ver el que sea virgen o no? No estamos hablando de mí, sino de Violencia de pareja y de género —me defendí, queriendo enderezar el camino del debate.


Soltó una risa apática.


—No —Se arrellanó en su silla y cruzó de brazos sobre su pecho—, pero corroboráste una de mis dudas.


—Yo también soy virgen Hellsing —susurró Beca, alzando una ceja y mirándolo de reojo con coquetería—; pero no santa.


—Por mí muere así —resopló él, algo despectivo.


Iba a añadir unas palabras en defensa de Beca, pero los labios de Sèvastian se abrieron primero.


—¿Podríamos hablar ahora sí del tema? 


Beca lo miró con interés brillando en sus refulgentes ojos avellana, su lengua le picaba para saber algo de él y como siempre no pudo aguantarse la duda.


—Tu L'Royse, ¿eres virgen?


El rubio alzó la vista de su hoja garabateada y escrutó a mi amiga con cierto interés con la cabeza ladeada.


—No —respondió encogiéndose de hombros y dibujando una sonrisa lobuna en su cara.


(...)


Al terminar las seis materias corrí hacia los lockers, estaba sobre la hora para almorzar. Ya había perdido el desayuno no quería perderme el almuerzo, además mis tripas rasgaban mi interior por alimento. Guardé todas mis cosas dentro del casillero metálico y al cerrar me topé con la cara del idiota, arrimado de hombro en el locker de al lado.


—Como que hoy estás más insoportable, Heister —dije, tratando de sonar hastiada.


Miré con súplica los pasillos amplios, no quería estar a solas con él, pero para mi suerte solo habían pocos alumnos de varias edades -algunos corrían en dirección al comedor-, más ninguno conocido o amigo mío. Al regresar la mirada a su perfecta cara quise huir al verlo morder su labio inferior.


Esperaba que dijera algo después de esa costumbre pero no dijo nada, solo me observaba con un ápice de interés en sus bonitos ojos color cielo. Estando su rostro frente al mío pude notar que sus largas pestañas claras eran algo respingadas, no tenía ni una peca en su dorada piel bronceada por el sol y que sus labios eran muy tentativos.


Él sonrió asumiendo que me gustaba lo que veía, y era así pero no se lo daría a entender, así que rodeé los ojos. No tenía tiempo para perderlo en averiguar qué era lo que quería, yo no leía mentes por más que me hubiera gustado. Cuando iba a seguir mi camino éste me aprisionó poniendo ambas manos a los lados de mi cuerpo, sobre las estructuras metálicas de los lockers.


—¿Qué demonios haces? —inquirí, perdiendo el control de los latidos de mi corazón. Quise agacharme para escapar de sus brazos, pero se apegó más a mí cuerpo, logrando que tuviera su pedante cara a centímetros del mío—. ¿Qué rayos quieres, Heister?


—Me preguntaba si... —Empezó a decir con la mirada en mis labios. Era un jodido idiota, pero ya se estaba pasando— tus labios también son vírgenes.


Me removí inútilmente por la incomodidad que empezaba a sentir, pero a éste imbécil le divertía ponerme en situaciones vergonzosas como ahora. Nunca tuve un novio o amigo cariñoso o con derecho, y tenía razón; yo era virgen hasta con los ojos.


—¡A tí qué te importa! —espeté empujando sus pectorales—. Estás cansándome Heister y no gozo con tanta paciencia como para tratar con personas como tú.


El idiota dejó los lockers para rodearme de la cintura con sus brazos, mi cuerpo tembló y mi corazón empezó a acelerar aún más sus latidos cuando su pecho impactó con el mío. Sentí su respiración erizando los vellos de mi nuca al ocultar su cara a un lado de mi oído.


—Puedo hacerte el favor, Beláu —bisbiseó sobre la piel de mi cuello.


Su cálido y fresco aliento puso mi piel de gallina, también me llenó de escalofríos al sentir cómo hacía a un lado mis cabellos para darme un beso húmedo justamente en esa zona.


—¡Déjate de estupideces y suéltame! —chillé, queriendo escapar bajo sus brazos pero el idiota se apegó más a mí. Cerré los ojos tratando de calmarme al ver su sonrisa arrogante frente a mí—. Aunque seas el último hombre en la tierra jamás estaría contigo, Heister.


Soltó una risa cruel, burlesca que estremeció cada pequeño hueso de mí cuerpo.


—No me retes, April —musitó cerca a mis ojos. Si elevaba mi cara estaba segura que rozaría mis labios con los suyos—. Puedo estar entre tus piernas ahora mismo si es que así yo lo quisiera.


Fué mi turno de reír con incredulidad.


—Beca tenía razón en decir que te has fumado algo —debatí elevando el rostro.


Y nuestras narices se rozaron, hubo un segundo ante mi estupefacción por mi error, en el que mi mente se quedó en blanco. Estaba segura que él sentía los latidos estruendosos que mi corazón daba en mi pecho, como yo sentía el suyo calmado... Él estaba calmado, y reaccioné. En mis seis sentidos noté que sus pupilas estaban dilatadas y el azúl de sus ojos tenían algo de intensidad reflejada. No estaban rojos, pero quizá había alguna droga millonaria que no provocaba ojos rojos o ¿no? 


De repente una idea brillante invadió mi cabecita. Pasé la lengua de manera sensual por mi labio inferior y como él, lo mordí por un segundo.


—¿Te mueres por estar entre mis piernas Heister? ¿Quieres llenarme por completo de tí? ¿Hacerme gemir tu nombre cada que me embistes salvajemente? ¿Sentir mi humedad y estrechez envolver tu erecto miembro? —inquirí sensualmente, tratando de no sonreír.


Aunque ganas no me faltaban.


Okay, sí veía porno a veces por curiosidad, pero nada más.


Sonreí al lograr mi objetivo; el idiota se calentó. Sus pupilas estaban mucho más dilatadas y podía sentir la erección bajo sus pantalones. Sin esperar a que reaccionara hice un puño con mis manos sobre su camisa y elevé con fuerza mi rodilla derecha, dándole de lleno en medio de las piernas. 


Al decir una palabrota y caer al suelo, corrí.


—¡Ni en tus más hermosos sueños, Heister!


—¡Perra! —rugió, doblándose por el dolor


Reí cual Cruella De Vil y corrí hacia el pasillo que llevaba a mi habitación. Por culpa de ése Imbécil había perdido mi almuerzo también. Cruel el destino que quería matarme de hambre. Aunque podía ir a la cafetería tranquilamente, tenía unos minutos antes de empezar las materias extracurriculares.


Una vez en mi habitación serví a Bonzo sus croquetas en su tazón ya vacío, le cambié de agua y salí con premura. En los pasillos habían demasiados alumnos, el flujo era aprensivo. Me hice camino entre cuerpos, oliendo todo tipo de olores, colonias, desodorantes para llegar a la cafetería.


Imperium era inmenso contaba con tres cafeterías pero ésta era la preferida por la presencia de los alumnos de bachillerato por ésta zona. La cafetería también estaba casi al tope, las paredes eran de cristales con una vista más que maravillosa hacia el enorme y majestuoso lago. Estábamos en la primera planta del castillo moderno con apariencia medieval, del techo colgaban candelabros de cristal en forma de gigantescas arañas con innumerables velas pequeñas, pero en contraste los muebles eran muy modernos.


Me acerqué a la barra y ordené una malteada de chocolate y un pedazo de torta helada de frambuesa a una de las mujeres que atendían, ella con una sonrisa mezquina asintió y me dió la espalda para cumplir con el pedido. Busqué desde ése lugar alguna mesa vacía porque en algunas de las mesas redondas de cristal habían más de seis personas conversando, algunos cantaban o simplemente se burlaban de otras mesas. 


Atisbé una mesa alejada y solitaria de cómodos muebles rojos, y antes de que la ocuparan corrí hacia ella. Sentí sentarme en una nube cuando puse mi trasero en uno de los cómodos asientos, y mientras reinaba el bullicio busqué mi móvil dentro del bolsillo de la chaqueta y envié un mensaje de texto a Beca.


Tu reina roja: 


¿Dónde estás? Dentro de 

unos minutos empezarán 

las clases para las materias 

extracurriculares. ¿Cuáles 

has elegido?


La moza acomodó mi pedido sobre la mesa y se marchó sin dejarme agradecerle. Ya casi estaba acostumbrada a ese trato, pero siempre me desencajaba que aún en estos tiempos existiera la indiferencia o discriminación hacia los becados.


Tomé un poco de la malteada y volví a escribir.


Tu reina roja:


 Yo iré por teatro, baile y 

canto creo. Si ves a Dylan 

pregúntale si todo está bien 

y qué materias ha escogido. 

©°©


—¿Ocupado?


Alcé la vista hacia el dueño de aquella voz profunda.


—No —exhalé, al borde de babear.


—¿Por qué tan sola? —preguntó Fazza, acomodando su bandeja de plata en la mesa con un pedazo de soufflé de naranja, otro pedazo de tarta de cuatro chocolates y una generosa taza de leche a medio consumir. Se sentó frente a mí con aquellos ojos tan hipnotizadores sobre mis manos. Yo aún estaba estupefacta. ¿Cuándo cayeron los ángeles del cielo y no me dí cuenta?—. ¿Quieres que me vaya?


—¡No! —carraspeé la garganta—. Claro que no, y respondiendo a tu pregunta; no estoy sola. Estoy contigo.


Él sonrió y tomó mi móvil de mis manos.


—Debo ir a clases extracurriculares pero te dejo mi número para que me llames —asentí tontamente con movimientos de cabeza—. Gusto en volver a verte, Roja. Hasta pronto.


Se levantó y con un beso en la mejilla muy cerca a mis labios se alejó tal como vino. ¿Estaba soñando? Pellizqué mi brazo para ver si estaba durmiendo pero el dolor me dijo que era real, que no estaba soñando. Borkan me dió su número y me besó.


—¡YES! ¡YES!


Ignoré las risas, miradas curiosas y salí saltando de la cafetería cual niña de tres años. Me sentía felíz. En el camino dí un hombrazo al chino gruñón que estaba por entrar a la cafetería junto a la rubia pálida y su hermana.


—Ups, lo siento —me disculpé. Él me miró como si fuera la primera vez que me veía. Arrugó el entrecejo y rodó los ojos muy a mi estilo—. ¿Qué?


Traía la camisa muy abierta, las manos en los bolsillos de su pantalón como siempre y el cabello despeinado.


—Nada.


Continúo su camino tras sus dos chicas tranquilamente. ¿Qué fué eso? El chino era tan raro. Ese grupito rosa era más extraño que los góticos. Seguí mi camino hasta hallar las instalaciones de música. La segunda cosa que más amaba después de bailar era la música. 



Beca Crowley


—¡Tomen posiciones! —gritó el entrenador Giorgio, pasando de uno a uno y escrutando nuestros rostros. Estábamos formados en una fila vertical por orden suya—. ¿Usted qué hace aquí señorita... ?


—Crowley, señor.


—¡¿Qué hace aquí con mis futuros muchachos señorita Crowley?! —elevó la voz muy cerca a mi cara.


El señor Giorgio era un hombre de dos metros de altura, fuerte y calvo que ahora vestía camisa de franela a cuadros azules, unos jeans ajustados rasgados, y zapatillas negras al igual que su gorra con la palabra Titán en letras mayúsculas.


—Quiero ser parte de los Titanes, señor.


—¡¿Qué?! ¡No la escucho!


—¡Quiero ser parte de los Titanes!


—¡Más fuerte! —gritó, escupiéndome algunas gotas de saliva en la cara.


—¡QUIERO SER UN TITÁN, PERRA!


Apenas el entrenador tocó el pito salimos corriendo por los lados del campo de cien yardas, mientras mis compañeros -los ya Titanes- estiraban sus músculos y ajustaban sus uniformes.


El colosal y majestuoso estadio Imperion estaba situado en la parte trasera de Imperium. Contaba con dos plantas de colores negro, rojo, blanco y azul además de seis enormes paneles de luz en los bordes del techo descapotable de cristal. Su campo verde, bien cuidado y marcado por números y por líneas blancas, dividían en tercios el campo; divididas entre sí por una distancia de dieciocho pies y seis pulgadas, las cuales eran equidistante del centro.


—¡Así se empieza si quieren formar parte de los Titanes de Imperium! —gritó el entrenador a nuestras espaldas—. ¡Si quieren un maldito puesto, ganénselo!


Ya estaba cerca de las enormes estructuras del Ys y casi cerraba la primera vuelta, me faltaban nueve más pero mis piernas ya se sentían débiles. Mi maldito corazón estaba a punto de explotar, me quemaba la garganta y el rostro.


—¡Ustedes holgazanes a tomar sus posiciones! —Oí a lo lejos. Paré para tomar aire, los pulmones ya me dolían de tanto respirar agitadamente. ¿Cómo mierda hacían para correr tanto? Llevé mi mirada hacia mis compañeros postulantes que ya estaban volteando una esquina, muy por delante mío—. ¡Muévete Crowley!


—¡Entrenador, estoy muriendo!


Los idiotas de uniforme negro y rojo sexy ya con casco estallaron en risas.


—¡¿Así quiere usted señorita formar parte de nuestro equipo de fútbol americano?! —gritó el hombre—. ¡No está apta!


Apta mis pelotas.


—¡Regresa a seguir comiendo, Vaca! —rio la nenaza.


Imbécil.


—¡Nadie pidió su opinión número siete! ¡Siga calentando y cierre su estúpida boca!


—¡Sí niñata! —grité, mostrándole los dedos corazón.


—¡Usted siga corriendo o abandone el campo!


(...)


La maldita sudadera blanca ya la sentía mojada, y la vista nublada. Mis compañeros ya habían completado las vueltas hace más de media hora y a mí me faltaba una.


—¡Mueve tu maldito trasero D'Mevius! ¡Eres un maldito corredor, debes ser veloz! —Oía muchos pitazos por parte del señor Giorgio y muchos gritos, pero no me detuve a mirar—. ¡Ven aquí Du Pount y ustedes, ¡sigan! ¡Heister toma lugar del quarterback!


Ya casi.


—¡Nooooo! —Oí a unos metros de mí.  Malditas huecas, ¿a qué hora llegaron?—. ¿Esto es una clase de broma mal hecha?


Risas y más risas por parte de las hienas.


El séquito de descerebradas y descerebrados estaban uniformados con sus ridículas falditas cortas, uniformes negros y pompones a un lado del campo.


Ocupando mi camino.


—Muévanse desnutridas —Esquivé sus cuerpos haciéndolas trastabillar con torpeza a algunas de ellas. No me detuve al oír un quejido de dolor junto a un golpe seco, seguí mi camino. Iba a pertenecer a los malditos Titanes y nadie me lo iba a impedir, como que me llamaba Courtney Crowley.


—¡No mueras de infarto gorda! —gritó Schwarz. Seguro levantándose del pasto, ya que fué ella la que cayó de trasero sobre el duro concreto.


—¡Que te den por el culo si es que aún no te han dado, Zorra! —grité.


Sentía el corazón explotar.


—¡Crowley termine su vuelta y únase a sus otros compañeros!


¿Había más?


Arrastré mis piernas a las bancas junto al grupo de diez chicos que ya estaban frescos ocupándolas.


—Campo, perras —Caí sentada en medio de todos ellos. Me dolían los malditos pulmones y la garganta me ardía. Bien dicen que el que quiere celeste que le cueste—. Estoy deshecha.


Uno me alcanzó una botella de agua amablemente la cual agradecí con una sonrisa, pero al fijar mi vista en él me quedé con el agua chorreando de mi boca; era el puto quarterback; Du Pount. Tenía el casco negro cubriendo toda su cabeza y cara, pero esos ojos fácilmente los reconocía.


Era el mejor jugador de fútbol americano de todo el mundo; ágil, estratega, veloz, inteligente, guapo, sexy, flexible.


—¿Te encuentras bien? —preguntó alcanzándome una toalla—. El entrenador en unos minutos estará con ustedes —Su voz era amortiguada por el casco pero se le oía perfectamente. Tenía en el pecho del uniforme negro un gran número dos, rojo y con bordes blancos. Sus ojos pasaron por todas las caras admiradas por su presencia, para detenerse al final en la mía—. No se rindan oigan lo que oigan ¿vale?


Muchos dijeron si, gracias, claro que no, por supuesto y otros sólo asintieron con la cabeza. Yo no dije ni hice nada, aún no salía de mi estupor, y es que pocas veces se le veía en vivo y en directo. Era mi motivación. Mi Dios. Y no en el plano de April por su árabe, sino en admiración por una persona por lo que es, lo que hace. 


—Quiero que llenen estos formularios con sus respectivos datos que les pide. Sean conscientes y sinceros al responder —El entrenador se nos acercó repartiendo unas hojas a cada uno—; de esto depende su ingreso a los Titanes. Si les falta algún dato vayan a la enfermería y háganse los chequeos necesarios. ¿Entendieron?


—¡Si!


Respondimos al unísono.


(...)


Luego de ver los culitos apretados, firmes y bien formados de los jugadores por un buen rato regresé a mi dormitorio para darme una ducha. Tenía que llenar el dichoso formulario para lograr mi nuevo objetivo y también elegir las siguientes dos clases extracurriculares que iba a tomar. Una definitivamente era danza contemporánea y el siguiente estaba entre música para acompañar a April o teatro para ir con Dylan.


Tomé la ducha caliente, vestí de sudadera azul y short negro para continuar con mi itinerario. De todos modos ya faltaba sólo una hora para la cena como para preocuparme por lo que usaría. Bajé las escaleras aún descalza, tenía los pies hinchados y sensibles como para llevar calzado, y me tiré como una sirena al regazo de mi cama.


La pantalla de mi móvil estaba encendido. Estaba tan animada que no había dado importancia al puto celular cuando timbró y menos cuando vibró dentro de mi sudadera blanca. Era April y tomaría clases de teatro. Dios era grande.


Tu gorda bella:


Entonces iremos los tres, 

hermana; porque Dylan 

también se inscribió este 

año para teatro. \^o^


—... dile eso a Vash, yo no soy más que su amiga —Uy. Levanté las pestañas por un segundo hacia al frente; la chica rara entró acompañada del chico pálido de cabello azabache y ojos azules océano. Me miraron un rato y se sentaron sobre el colchón de mi compañera—. Ya ni eso creo.


—Sólo escríbele y verás que te responde —bufó el vampiro. De reojo ví como encendía un cigarrillo—. Haces una tormenta en un vaso de agua.


—¡¿Yo debo escribirle primero?! —¿Qué tenía ella con el chico L'Royse? ¿Y por qué lo nombraba por el seudónimo que solo muy cercanos a él lo usaban? Hmmm—. Si más no recuerdo él fué el que se alejó. ¡Yo no tengo por qué rogar atención ni muestras de interés a nadie!


Su amigo me dió una rápida ojeada para luego ver a su amiga al borde del llanto y para pedirle silencio con un dedo sobre sus labios.


—Haz lo que viniste a hacer y vayamos al comedor, Sherry.


—Amigo —El chico raro giró su cuello hacia mi dirección al oír mi voz—. Yo sé que debemos morir por algo, pero quisiera morir a mí manera y no gracias a tí de cáncer al pulmón. ¿Podrías apagar eso, por favor?


—Sólo no respires y ya —Me respondió la rara—, porque ésta también es mí habitación.


O sea ¡WTF! Detrás de su carita de "yo no mato ni una mosca" se escondía una fiera de "métete con mis amigos, idiota, y te meterás conmigo".


—¿Disculpa? —espeté alzándome de mi cama—. Creo que no oí bien. ¿Me lo puedes repetir?


Ella imitó mi acción. Su amigo sólo alternaba miradas entre ambas sin saber qué hacer.


—Que ÉSTA también es MÍ habitación, si no estás cómoda con mi amigo puedes largarte del dormitorio.


O sea ¿QUÉ?


El calor de la cólera invadió mi cabeza y sin darle tiempo a reaccionar la cogí de los pelos de lote que tenía sueltos y la zarandeé.


—¡Tú no vas a ser mi verduga, flaca estúpida! ¡Solo yo decido de qué morir! ¿Oíste?


La chica también me agarró de los pelos ante los gritos de su compañero para que paráramos, pero la desgraciada tenía fuerza y se había anclado a mis cabellos como una garrapata. Sentí el agarre de alguien sobre mi brazo izquierdo y otro sobre el derecho cuando ya la dominaba y revolcaba en el piso.


—¡Suéltala Crowley! —La solté solo porque se trataba del prefecto Gallagher. Peiné mis cabellos revueltos y miré mis piececitos al sentir dolor; los pobres estaban marcados por sus tacones puntiagudos. Ni cuenta me había dado que me pisaba—. ¿Acaso quieren ser reportadas?


La rara comenzó a llorar de tal forma que a cualquiera le hubiera roto el corazón, claro; cualquiera que no haya presenciado la pelea. Tomó su rostro con sus manos sentada sobre el piso y empezó a hiperventilar.


—¡Ella comenzó! —Me señaló con los ojos rojos, con lágrimas gruesas y negras surcando sus mejillas.


—¡Mentira! Bueno si... Yo comencé —acepté, masajeando mi cuero cabelludo aún con las manos sobre mis brazos. Curiosos se habían amontonado en la puerta como viejas chismosas. Gallagher me sujetaba de mi brazo izquierdo y el chico de tatuajes de mi brazo derecho, mientras que el vampiro ayudaba a ponerse en pie a su amiga bipolar—, pero yo le hablaba a Koch y ella se metió.


Sacudí mis brazos para liberarme de sus agarres y regresé a mi cama.


—¿Quién empezó con los golpes? —preguntó Gallagher, tratando de sonar más tranquilo.


—¡Ella! ¡Está loca!


Vaya conchuda.


—Yo, porque no aguanté su cara de culo y su pose de mandamás —dije. El prefecto me miró con el ceño fruncido y un rictus de molestia en sus labios—. Koch estaba fumando y le dije que no moriría con cáncer al pulmón por su culpa, y ella se metió diciendo que si me molestaba lo que hacía su compañero me saliera del dormitorio, porque también era el suyo.


Gallagher se giró para observar al vampiro que por poco y me mata con su mirada.


—¿Es cierto lo que dice, Koch? ¿Estabas fumando? —inquirió seriamente—. Y ¿qué haces en el dormitorio de mujeres?


El aludido le alcanzó una hoja doblada al prefecto.


—Vine acompañando a Sherry, se sentía mal. Esa es la receta médica que nos dieron hace media hora.


—¿Estabas fumando? —Volvió a preguntar Gallagher, con la vista clavada en la receta médica.


—No.


—¡Maldito mentiroso! —ladré.


—Crowley, que sea la última vez que me reportan que estás golpeando a una de tus compañeras —dijo el estúpido prefecto mirándome—; o te reportaré con la rectora y con tus padres.


—¡Pero el maldito está mintiendo! ¡Huela su aliento, joder!


—El resto vaya al comedor. Nadie pidió tribuna —ordenó el prefecto a los curiosos sin prestarme interés—. Koch si vuelves a fumar se te castigará privándote de la privacidad. ¿De acuerdo? Tu madre estaría decepcionada si se entera que has caído de nuevo en el vicio.


El vampiro lo fulminó con la mirada y sopló sus cabellos que yacían sobre su cara.


—De acuerdo, pero no fumé.


—Ahora vayan al comedor. No quiero verlos aquí adentro —Volvió a ordenar Gallagher. Volví alzarme de la cama, me puse las pantuflas de garras de Sully -me encantaba Monsters Inc-  y salí del dormitorio junto a Jaden—. Ahora, he dicho Hannah.


—Estás muerta, gorda estúpida —Me giré para encarar a la chica nada rara, más bien rabiosa que por poco y me muerde el trasero desde metros muy atrás—. Juro que me las vas a pagar —bisbiseó entre dientes.


—Más muerta que tú no lo creo —refuté. Sentí las manos de Jaden sobre mis hombros girándome para seguir caminando. Bueno más bien empujándome—. Soy una gorda viva, llena de vida y amor. Algo de lo que tú careces.


La chica gruñó con rabia como lo haría un león estreñido, pero seguí caminando empujada por el fuerte Jaden.


Está bien, está bien. Me había ganado una verdadera perra enemiga, pero ella solita se ofreció, yo no la escogí.


Juddy Hallen


Deja verte. 

                  20:04 p.m. ✓✓

                                          

                                           ¿Para?

                                             20:04 p.m.✓✓


Porque tengo curiosidad 

de cómo estás, hace una 

semana que no compartes 

fotografías conmigo. 

¿Ya te encontraste

otra amiga?

                    20:05 p.m ✓✓


                                       Creéme que en

                                       una semana no

                                        voy a envejecer

                                        como para 

                                        haber cambiado 

                                        físicamente.

                                            20:06 p.m. ✓✓



Demuéstralo.

                20:06 p.m ✓✓


                                         Luego.

                                            20:07 p.m. ✓✓



Conocía a ese chico desde pequeño. Conseguir su número y hacerme su amiga fué un reto, uno muy díficil pero no imposible. Ya llevábamos intercambiando mensajes tres años, y él se había convertido en mi diario y quería creer que yo en el suyo. Con un suspiro enamorado me acomodé de otro lado en la cama y volví a escribirle.


¿Por qué? ¿Estás con

visitas? ¿Quién es la

afortunada?

                20:08 p.m. ✓✓


                                      Acabo de salir      
                                      
                                      de la ducha.

                                            20:08 p.m. ✓✓


Mordí mi labio imaginándolo en albornoz sin nada bajo.


A ver.

                 20:08 p.m. ✓✓

          

                                          ¿No me crees?

                                            20:09 p.m. ✓✓



—Claro que te creo bebé, solo quiero ver tu anaconda.


Carcajeé a viva voz, dando patadas al sedoso cobertor. Era lo bueno de no compartir habitación. Era yo y mi locura.


Si, solo quería verte.

¿Tímido?

                   20:10 p.m. ✓✓


                                                                         
                                    Sinceramente creo

                                    que la tímida es 

                                    otra persona...

                                            20:10 p.m. ✓✓


Cubrí la pantalla del móvil sobre mi pecho, mi corazoncito latía nervioso como si él pudiera verme a través de la cámara de captura. Era mi consciencia la que me hacía a veces dudar el seguir con ésta particular amistad, pero mis deseos de saber todo de él y la costumbre me hacía mandarle mensajes cuando incluso él no me los mandaba o se daba el lujo de dejarme en visto 


Respiré tratando de calmar mi miedo y volví a levantar el móvil para responderle, y si es preciso cambiar de tema.


¿Conocíste hoy a alguien

especial? ¿Hay alguna

recién ingresada que

haya captado tu atención?

                     20:12 p.m ✓



Dejé el móvil a un lado de mí cabeza sopesando la idea de perderme en un bosque, lo suficientemente espeso y grande como para que nunca me encuentren. Mi papá decía que era una exagerada pero es que no comprendía lo difícil de mi situación, yo tenía miedo. Tenía pavor el mostrarme sin filtros al chico tras los mensajes, sentía pavor incluso imaginar su reacción cuando realmente me vea.


—¡Dios lléva este hermoso tesoro a tus reinos, por favor! —exclamé, elevando mis brazos al techo para luego dejarlos caer en peso muerto—. No quiero nunca que él se entere que soy yo.


La vibración del teléfono móvil me avisó de la llegada de un nuevo mensaje, y sabía que era él, porque advertí a mis amigas que no me molestaran mientras supuestamente dormía. Eran mis amigas alma de mi alma pero mi secreto era solo mío, aunque en sí no tenía el valor de contarles que mentía a través de mensajes al chico que me gustaba.


Cogí el móvil, respiré profundamente y lo enfrenté.


                                              ...

                                                  [vídeo]

                                           20:14 p.m. ✓✓                                            

Y grité de emoción, de sorpresa, de felicidad.


—¡Lo ví! ¡Sí! ¡Sí! —Como loca me levanté de la cama y corrí rumbo a la puerta para enseñárselo a mis amigos, pero al llegar a ella frené—. No, no, no. Piensa Juddy, piensa.


Regresé a la cama.


—Esto es algo entre él y yo, no tienes porqué ir a mostrárselo a medio mundo —Aunque ganas no me faltaban. ¡Dios! Él era perfecto—. Oh, Dios. Oh, Dios. Esto debo compartirlo con alguien.


Volví a ver el vídeo.


—Maldito, tú siendo un bombón y yo sin poder comerte —Quería ver más pero debía ir con calma. Mi espalda impactó en la cama a la vez que mi mente imaginaba mil formas de morir en su regazo. Pedazo de hombre—. Te odio por hacerme esto.


(...)


El comedor representaba mi peor calvario, no me gustaba tener que ignorar su presencia como si no lo conociera. Mientras él se sentaba con sus cercanos, yo lo hacía en otra mesa junto a mis amigos. Aunque ahora su silla estaba vacía, no era extraño porque mayormente ese lugar paraba desocupado, y es que a él no le gustaba socializar.


Ignoré el bullicio y las presencias del resto de estudiantes que ya ocupaban sus lugares y con una sonrisa volví a rememorar el vídeo. Oh, bendita prueba de que los ángeles existían. Había devorado su cuerpo a través de la pantalla un millón de veces hasta quedar dormida sobre la cama, sin siquiera haberme cubierto con las sábanas. Cuando desperté parecía un chucho rabioso por las babas que colgaban de mi boca.


Él no era un Dios griego de pitos minúsculos, él simplemente era un Dios.


Suspiré, dejando caer mi mejilla sobre mí mano. ¿Cómo lo vería con ropa si ya lo había visto desnudo?


—Creo que alguien está enamorada —Ese era Greek. Él tenía el sexto sentido que las mujeres tenían bien desarrollado. La miré de reojo y pude atisbar que untaba mermelada a su tostada para luego hacer lo mismo con la mantequilla. Cómo la mayoría, ya vestía el uniforme—. Cuéntanos porqué estás tan volada la mañana de hoy, y no digas lo contrario porque te ví sonreír a la nada hace unos minutos.


Chuck -mi otra amiga- estaba sentada al frente de nosotras. A ella,le gustaba de desayuno ensalada de frutas en compañía de yogurt de banana. Su cabello rojo largo estaba suelto como la mayor parte de su vida y también vestía ya el uniforme. Él engullaba sus alimentos atento a lo que les pudiera contar.


Era tan chismosa.


No pensaba contarles del vídeo, así que me hice la loca.


—Solo tuve un sueño bonito, nada más —Miré mi desayuno para no prestar atención en sus rostros. El croissant estaba aún tibio y del vaso de chocolate aún salía el vaho de vapor.


—Yo también tuve un sueño bonito y no ando con esa actitud de bipolar —Cuando Greek hacía referencia a "sueño bonito" era porque era un sueño erótico—. Anda, cuéntanos qué te sucedió como para que seas recelosa con nosotras. ¿O es que andas haciendo sexting con tus citas de Tinder?


Ay, qué poco me conocía.


Yo sería incapaz de hacer esas cosas con desconocidos.


Ew.


—Qué poco me conoces, Greek. Yo sería incapaz de hacer esas cosas mediante una videollamada. Incapaz —Ellos rieron, no creyendo en mis palabras a lo que yo bañaba de mermelada y chocolate derretido mi croissant. Me encogí de hombros indiferente—. Pero reconozco que tengo curiosidad, pero solo curiosidad, eh.


—Hoy me contaron un chisme por mensaje —Levanté la vista hacia Chuck. Él bebió un poco de su vaso tamaño familiar, lamió los restos del contenido de sus labios y volvió a hablar—. Mi contacto me dijo que tiene en su poder un vídeo comprometedor de Sasha Grey, y adivinen con quién.


Sasha Grey era la chica popular por sus encuentros carnales con diferentes chicos, ella no tenía vergüenza de que todo el mundo lo supiera. El que se haya acostado con otro es normal, solo rezaba porque no fuera el chico del vídeo.


—Apuesto a que se tiró a Heister —apostó Greek dando una mascada a su tostada rebosante de mermelada.


Chuck negó.


Heister era otro puto, un puto bien exquisito, pero también era muy popular por su agresividad y discriminación hacia los de recursos económicos por debajo del suyo. A mí felizmente nunca me hizo nada, pero a diario veía como algunos eran constantemente acosados por su viperina lengua y hasta atentados.


Como April.


Ella es tan hermosa, que muchas veces me provocó envídia de su innata belleza y alegría.


—¿Tú no vas a decir nada, Juddy?


—Seguro repitió plato —Me encogí de hombros.


Chuck se inclinó lo suficiente sobre la mesa y susurró.


—Con el prefecto Carter, pero no se lo digan a— 


—¡No! ¡¿Es en serio?!


Exclamamos al unísono con Greek. El comedor repentinamente quedó en absoluto silencio y cuando giré el cuello para ver alrededores me topé con varias miradas entre desconcertadas y curiosas mirándonos. ¡Qué vergüenza! Incluso los prefectos tenían los ojos sobre éste lado del final de la mesa del medio.


Regresamos a engullar nuestros desayunos cuando Gallagher decidió acercarse hacia nosotros.


—Ay, Dios. Ustedes no saben lo que es guardar un chisme —musitó Chuck, llevando una mano sobre su corazón—. Disimulen que ahí viene el papichulo de Jordan Gallagher.


—¿Todo bien por aquí? —preguntó el prefecto de ojos azules que a veces parecían verdes.


El uniforme oscuro que llevaban los de su clasificación le quedaba tan bien, que no sé cómo ninguna de las alumnas lo había atrapado aún. Él era unos años mayor que Carter, pero por las características físicas en similitud que compartían parecían hermanos, sin embargo ellos no se llevaban bien.


—Si, Gallagher —Chuck nos líquido con la mirada—. Es solo que mis amigas no saben guardar silencio cuando se está desayunando. Son unas maleducadas, pero no se preocupe, yo ya las reté.


Los ojos bonitos del hombre alternaron entre nuestros rostros con cierta sospecha, luego miró su reloj.


—Procuren terminar sus desayunos antes del cambio de hora.


Asentimos.


—Como usted diga Gallagher.


Y todo estaría bien si no fuera porque Carter nos miraba como si hubiera escuchado el chisme. 


¡Dios, quería encontrar el maldito bosque!








© Lhinda Ari,
книга «IMPERIUM».
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